Sus huesos derramados

He montado el esqueleto en el coche y le he puesto el cinturón, que no se escape. Pero a veces lo más imprevisible pasa.
Al ir a sacarlo se me ha caído la cabeza y ha rodado hasta quedarse debajo de un coche aparcado.
-¡Mierda!
Dejo a Rogelio en el suelo. Me acuclillo buscando la cabeza y al ir a cogerla, crack, un crujido en la espalda me lo dice:
-¡Así no, que te va a doler!
Agarro a Rogelio por las vértebras. -Joder lo que pesa para ser de plástico- y me lo subo a casa despotricando internamente del deterioro visible. A punto he estado de perder un brazo por la escalera y no paro de hacer movimientos bruscos para recoger las piezas que se derraman.

Lo siento en el cuarto de Teresa y charlo con ella  mientras  deshace la maleta.

-Hace fresco, ¿te importa si cierro la ventana? Me está empezando a doler la espalda.
En menos de una hora no puedo respirar porque me duele. Y es en el médico donde empieza un diálogo un poco surrealista.

- ¿Se ha dado golpe?
-No, no. He debido hacer un movimiento brusco. Se me cayó la cabeza y corrí detrás de ella para que no se perdiera. No es mía, me la prestó el colegio.
-¿Cómo dice?
- Estaba transportando un esqueleto que tenemos en el colegio
-¿Y se le ha roto la cabeza?
- La hubiera traído hecha pedazos para que me la remendaran.

Rogelio volverá sentado en el sillón de atrás, con el cinturón puesto como es de ley. No sé lo que hacer con la cabeza aunque su mandíbula se ríe cuando le insinúo el superglue.


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