Bajo el mar

-No te preocupes, Monstruo, yo tampoco me miro al espejo- dijo Pez Linterna.

                               
- ¿Dónde vamos?
-A merendar. Hoy casi no he comido y tengo mucha hambre.

Se acercaron a la cueva de Pez  Linterna. Se sentaron sobre una roca y Monstruo ató el paracaídas bien cerca para poder controlar las  pompas. Mientras lo hacía un banco de pececillos con los ojos azul neón y el cuerpo naranja fluorescente preguntó a coro.
- ¿No nos vas a presentar a tu amigo?
- Es la primera vez que viene. Sólo sé que es amigo de mi amigo. ¿Por qué no le preguntáis a él?
- ¡No hablamos con extraños! Eso es un principio de seguridad básico.
- ¿Todavía vais por ahí? ¡Señor, Señor, ojos para ver, oídos para oir,  boca para...! Pues  preguntadle al chico. A él si le conocéis.
- Es Monstruo. Necesita conocer las palabras de siete almas viajeras.
- ¡Ohhhh!, ¡Pero entonces serán sólo seis!
- No, son siete- Dijo Monstruo con cara de preocupación.
- ¿Contando la de tu amigo?
A Monstruo se le iluminó la cara.
-¡Es verdad!- Y de la alegría que le dio liberó tres burbujas sólo por ver cómo subían a la superficie.

                                   

-Yo creo que tendríamos que llevarte donde ...
En ese momento todos los seres luminiscentes se apagaron y una corriente de agua fría entró por la entrada de la cueva.
- ¿Qué pasa?
- Shhhh.
A Monstruo se le erizaron los pelos de la espalda y de repente se acordó de que no podía respirar. Intentó acercar el paracaídas pero no conseguía moverse.
-Una, dos y tres- Oyó que alguien decía en un susurro.
-¡Buuuuuh!- se encendieron todos a la vez.
A Monstruo le hubiera gustado decir que vaya susto, pero no pudo. Se le quedó la boca abierta y el estómago encogido al ver a  Pez Linterna escoltado por un ser enorme.
-¿Te creías que ibas a venir aquí sin ningún riesgo?
Y sin mediar más palabra el gigante abrió la boca y se tragó a Monstruo de un sólo bocado.

Monstruo se repetía una y otra vez que su amigo sabía lo que hacía. Que lo que parecía una encerrona tenía que ser una puerta. Que debía estar jugando. Pero ¡qué miedo tenía! ¡Qué oscuro estaba todo dentro!
Notó un cosquilleo en el estómago, como cuando el coche coge un cambio de rasante a mucha velocidad. Un instante después le cegó la luz. Había salido por el espiráculo de un gran cetáceo y la sensación fue tan liberadora que gritó sin proponérselo
-¡Más! ¡Más!
Cayó en unas aguas heladas entre focas y leones marinos.
-¡Vaya moda! ¿Tú puedes nadar con eso?- le dijo uno de ellos rozándole el vello de las piernas.
-Es que soy de otras latitudes.
- Pues a mí me gusta.- Dijo una orca que se había acercado a ver tan extraño espécimen.
-¡Usted si que es hermosa!- dijo Monstruo impresionado al ver su sonrisa.- ¿No irá usted cerca de la cueva de Pez Linterna, no? Es que me he perdido.
- ¿Pasarías por el mar de los tiburones y las morenas? No son mamíferos y se mueren de envidia. ¿Te atreves? Se burlarán de tí, te harán sentirte despreciable.
Se acordó de su amigo, de las ganas que tenía de estar con él, de lo fácil que parecía cuando estaban juntos, de las ganas que tenia de darle un capón por haberle metido en aquella situación, de lo fácil que era todo antes de conocerlo y lo desesperante que podía ser no encontrar salida,  de lo malos que estaban los libros que se comía con pasta y todo porque no sabía leer, de la alegría que le daba lo que estaba conquistando con su ayuda, de las ganas que tenía de contarle que lo había conseguido, que había vuelto sólo...y después de ese repaso rápido al momento presente y a sus opciones, a saber,  quedarse con las focas muerto de frío o enfrentarse a los escualos, se oyó diciendo con decisión:
- ¡Me atrevo!

El viaje fue largo, pero Orca le dejó engancharse de una aleta para no dejarlo atrás.
Al llegar al mar de los tiburones, en una zambullida con salto de Orca, salió despedido.  Se quedó flotando, girando sobre sí mismo, oteando el horizonte intentando avistarla.
Silbó y llamó sin resultado hasta que empezó a ver las temidas aletas de los tiburones. Unas palabras le vinieron a la mente:
-Sin público no hay teatro-  y se dejó morir sobre el agua. Apenas respiraba. Se quedó así, a la deriva, con los ojos cerrados.
- Si he de morir me despediré de todo lo que amo.- Y empezó conjurar todo aquello que le había dado alegría o que le había esponjado el corazón.
Se acordó de su nuevo gran amigo, el pequeño Pajaruli, de Pez Linterna, de Orca, del gigante que lo llevó en la boca, del calor del sol en invierno, del aire templado de las noches de primavera, del tacto de la arena, del abrazo del mar cuando era un niño, del olor de la hierba, de la tierra mojada, del sonido de la risa, de su propio calor, de los abrazos al salir del baño, de las cacerías de mosquitos saltando en la cama, de la voz de su abuelo, de la de su hermana...
Uno de los tiburones más grandes le dio con el morro intentando averiguar lo que era.
-Tal vez si me quedo muy quieto...- Otro morrazo y empezó a temblar sin control. Cuando creía que le había llegado su hora, una boca enorme lo recogió de la superficie.
-Querías más, ¿no?- Volvió a lanzarlo y tragárselo hasta que llegaron a la cueva de Pez Linterna. Su risa de monstruo se le escapó a borbotones por todo el camino.
-Justo a tiempo, - le dijo su amigo- sólo nos quedan seis burbujas. - Las ataron como si fueran globos de gas y se dejaron arrastrar por ellas más allá de la superficie. Cuando aterrizaron se volvieron a ver en el arroyo en el que Monstruo hizo sus primeras pompas.

- Tengo hambre- dijo Monstruo
-¿Merendamos?




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