Tina y Ruper

Ya tenía edad suficiente y era eso lo que contaba. Le había tocado en el reparto un caballo muy suyo. A veces era huidizo. Otras era divertido y sociable como el que más. No sé si es que no lo conocía muy a fondo o es que le habían vendido la moto de que tenía uno estupendo para que no se quejara. Grosso modo, estaba contenta con él. Conocía muchas historias, podía imaginar soluciones disparatadas pero prácticas a muchas de sus urgencias, era un genio de las matemáticas corrientes y casi siempre se podía contar con él en caso de necesidad.
La cosa es que no siempre conseguía meterlo en vereda. Estaba como sin domar y el muy pillo iba cogiendo sus vicios, ganándole terreno en cuanto se despistaba.

Sin más preámbulos, creyendo que ya  le tocaba, entró en pista. Montaba de una forma peculiar. Sin técnica definida. Cuando llegaba a un salto, si se desequilibraba, se agarraba al cuello del caballo y más tarde lo ponía a paso o al trote y recobraba la compostura.
Supuso que en la carrera estaban todos concentrados en llegar, que todos lo hacían sin trampas, que lo que a todos interesaba era la carrera, ganarla limpiamente...¡Era mucho suponer!
Entonces sucedió lo inesperado. Ruper, su cuadrúpedo amigo, decidió que era hora de tomarse un respiro. Ella no usaba espuelas, ni fusta, y aunque le daba patadas en la barriga lo único que conseguía era arrancarle relinchos a borbotones, más parecidos a un ataque de risa que a una protesta.

Se bajó, cogió las riendas e intentó hacerse a un lado.
En las carreras de fondo hay tramos en pista, hipódromos con contrarreloj,  muchos  caminos corrientes y hasta bastos espacios donde sólo tiene sentido el campo a través. Es más fácil ver a otros participantes en los hipódromos. Fue allí donde Ruper se paró en seco.
-¡Vaya ocasión para plantarte! ¡Espero que no nos descalifiquen por esto!- Se bajó, cogió las riendas e intentó hacerse a un lado. Como no se movía, se puso delante suya con los brazos en jarras.
Ruper la miró con cara de
-Whaaaaaaat? ¿Perdonaaaa?, ¡es que no tienes ni idea!- y luego se hizo el loco y miró a otro lado.

Tina,  la pequeña amazona, buscó en los bolsillos. Por alguna parte tenía un trozo de caramelo. Lo puso sobre su palma extendida y se lo ofreció sin que pudiera alcanzarlo.
Ruper la miró de reojo, y luego volvió a mirar a la hierba que crecía en el borde de la pista.
-Vamos, ya sé que está buena pero este caramelo es de limón, y está casi entero.
El caballo la volvió a mirar sin dejar de masticar y movió la cola como si le estuviera molestando una mosca.
-Tenemos que irnos. ¡Se están acercando y estamos en medio!- Pero aunque tiraba de las riendas no conseguía hacerlo andar.
Tina rebuscó de nuevo hasta que encontró un trocito de zanahoria. Lo mordió lo bastante cerca de su amigo como para que lo oyera.
- Pues si no te mueves me la como yo.- Soltó las riendas y se coló por un hueco del seto que hacía de límite.
Ahora sí la miró con cara de asombro. Pero aun así se hizo el remolón.
Tina enganchó la zanahoria a una caña y la asomó por encima del seto. 
- ¡Ven Ruper! ¡Acabo de encontrar una carretilla llena de alfalfa! ¡Podemos descansar aquí un rato!


No sabemos si el caballo entendería la palabra alfalfa o si le animó el señuelo, la cosa es que se coló por el mismo agujero y encontró a su amazona subida en un promontorio. 
-Come un poco. Yo voy a ver a los jinetes pasar. Tal vez aprenda algo.

Pasó un pelotón enfurecido: Pequeños yóqueis con camisas de seda espoleando sus caballos como si en ello les fuera la vida. No sólo a ellos, también sus seguidores estiraban el cuello voceando sus nombres.
-¡Corre, corre Eclipse!
-¡Vamos, sigue Yukichan!
-¡Eh! ¡Tramposo! ¡Le está cerrado el paso a Lexinton!

Un poco después pasaron dos caballos, también a galope, pero iban como pensando en otra cosa. Los vio acercarse el uno al otro, mirarse largamente y salirse por una de las vías laterales. Sus jinetes se miraban también, pero desconcertados, sin poder reconducirlos por donde ellos deseaban.

Pasó un grupo que parecía ir centrado en la carrera, pero al llegar a la zona del público, algunas amazonas se pararon a retocarse los labios y algunos jinetes sacaron el peine de su bolsillo trasero para atusarse el tupé.
Tina seguía los acontecimientos aplaudiendo con entusiasmo a unos y a otras, pues estaba claro que, dado que no eran los preferidos, disfrutaban de la admiración del público allí congregado, mientras podían. 

Un pequeño poni pasó cargado con una amazona sonriente. Y era tanta la simpatía que irradiaban que Tina entendió que les lanzaran flores a pesar de su puesto en la clasificación general.

Detrás pasó una  yegua montada por un anciano. Se entendían tan bien que parecía que montar era algo sencillo y natural, que no había trabajo detrás, que todo era innato. Hasta los cascos al caer hacían menos ruido.
-¡Señor! ¡Señor!- Llamó Tina- ¿Podré montar yo así algún día?
- ¡Entrena Tina! ¡Sigue en la carrera! ¡No lo dejes!
- Pero Ruper...
-¡Sigue! ¡Observa y sigue!
Tina se paró a observar y descubrió que la yegua tenía una pata mucho más corta que las otras.

Luego pasaron una pareja de monturas muy peculiares. El caballo de él no paraba de mirar con ojos de cordero degollado a ella. Pero ella no miraba al caballo de su acompañante, sino al jinete de tan enamoradizo equino. En cuanto a él... digamos que lo único que intentaba era alejarse de semejante embrollo.

Pasó un jinete circense: a pie sobre la silla, las riendas sueltas, los brazos en cruz. A veces se sentaba sobre los cuartos traseros para volver a ponerse de pie.

Pasó una amazona a pie, en busca de su caballo con el que le gustaba jugar al escondite. 
Pasaron caballos blancos, negros, bayos... jinetes y amazonas de todas las edades y todos los estilos. Solitarios y acompañados, veloces y lentos.
Se bajo del montículo. Se acercó a Ruper. Le dio unas palmaditas en el cuello. 
- Lo haremos a nuestro estilo. Sólo tenemos que  seguir corriendo. Ya es hora. Sacó un par de zanahorias de su mochila, las colgó de la caña como había hecho antes y reanudaron la carrera.








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