Memorias de un cuerpo infante.

Me persiguen por la casa los recuerdos. Me veo subida en las rodillas de alguien que me canta
"El caballito del marqués
Diez celemines se come al mes
y un puñadito de bellotas..."
La risa en mi boca.

Estar volando dando vueltas. Cogida por un tobillo y la muñeca, arriba abajo, arriba abajo, la tierra dando vueltas. El vértigo en la boca del estómago. Más, más, más.
Ser yo la autora de semejante acto de fuerza e inconsciencia con alguno de mis hermanos pequeños. Qué firme  el contrapeso de sus cuerpos, peonza equilibrada.

La voltereta que me daban por sorpresa, el mundo sin horizonte durante un instante. El susto y la risa triunfante de haber llegado a término en los brazos seguros que me asían.

Estar a hombros de un hombre fuerte. La sensación de desequilibrio permanente.

Una moto en la que viajaba en brazos de mi madre.

El día que conseguí soltarme de manos en la bici. La maestría relativa de saber dar curvas sin coger el manillar. Hacer saltar la bicicleta para salvar un pequeño desnivel. Andar con una rueda. Dar a los pedales sentada en el portapaquetes. Ir tres subidos, por amor a los retos, por pura diversión.

¡Mooooooosca! y un salto gigantesco

Saltar a la barca, a la comba, sin perderla, el ritmo del zas, zas, zas de la cuerda contra el suelto marcando la entrada. Saltar los dobles, invitar a alguien a saltar contigo. Saltar cruzando los brazos sin pisar la cuerda.

Hacer el mono en la barra de un antiguo columpio. El dolor de las manos. La satisfacción de haber cruzado la barra entera.
El rebote del balancín. La sensación de velocidad del tobogán.

Trepar al pino más alto, con miedo de no saber bajar, de no encontrar la rama donde apoyarme. La satisfacción al regresar al suelo ilesa.

Avanzar por el agua notando su roce refrescante  por toda la piel. Hacer pie a duras penas en una piscina de menos de un metro de profundidad. El sonido amortiguado en mis oídos al hacer el muerto. La tranquilidad de sentir tu propia respiración en ese estado ingrávido.

El frío de la fiebre. El calor de la piel quemada en verano. La suavidad de la madera encerada. Su calidez.

Hablas entre sueños pero no te entiendo bien. A veces recitas fragmentos de "Cuando las Cortes de Cádiz" y me pregunto si tu memoria también se acuerda del niño que fuiste. Espero que tu esquilmado cuerpo lo haga aunque sea en sueños.













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