El laberinto de cristal.

Naiún vió como su imagen desaparecía en los espejos de la feria. Se había visto con la cabeza grande y el resto pequeño. Las piernas largas y el cuerpo contraído. Tres o cuatro veces más ancho que su tamaño. En zigzag. Casi sólo cara...
Ya era mayor. Eso pensaba. Se alejó de sus hermanos. Compró una entrada para el laberinto de cristal. Ese año era nuevo. Lo habían montado sobre una plataforma giratoria. Hacía que perdieras rápidamente las referencias externas.
-No es tan difícil- se dijo
Cuando le dieron paso se adentró con decisión.
-Creo que es más fácil mirando al suelo.- Y mientras lo hizo evitó chocar con los cristales.
También eran novedad espejos colocados en ángulo que formaban imágenes caleidoscópicas. Estaban colocados sobre círculos que giraban a distinta velocidad o sentido contrario a la base del laberinto. Se metió en uno de ellos y vio cómo su imagen se multiplicaba infinitas veces: el reflejo del reflejo del reflejo del reflejo...
Un sonido a engranaje forzado, como a cambio de marcha, hizo que volviera rápido la cabeza.
Tal vez fuera el giro brusco. Tal vez el cambio de velocidad que le hizo perder instantáneamente el equilibrio. Tal vez el deseo de explorar lo desconocido.
Corrió tras una imagen que parecía suya. Entró en otro juego de espejos pero no era exactamente aquella la imagen que buscaba. Las concavidades y otras irregularidades de la superficie no le hacían verse con claridad.
Volvió sobre sus pasos. Buscó el primero, pero no conseguía dar con él.

-"¿Dónde iré a buscarte entre los espejos?"

Y ellos le contestaban burlones, con su gesto mil veces repetido.
Y mientras más espejos le devolvían una imagen deformada, menos se acordaba de su verdadero aspecto.

Vagó por las calles del laberinto buscando la salida. Dicen que, cuando por fin consiguió encontrarla, era su obsesión buscarse en los espejos porque en ninguno de ellos se reconocía

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