La ciudad de las aldabas


Al sur, cerca del mar, a la orilla de un río. Allí está erguida y antigua. Los primeros en llegar fueron los pescadores. Gente dura de mar con más redes y sueños que plata en los bolsillos. Las casitas todas juntas, como para ampararse mejor los días de tormenta y frío solemne. Apenas un par de habitaciones, un ventana y una puerta pintada. Abierta de madrugada y durante el día, invitando a pasar o a salir, que tanto da. Cerrada cuando la noche vigila los sueños.
Fueron llegando campesinos, (la ría era buena vía para vender sus cosechas), algunos señores (quién va a organizar a esta pobre gente que no sabe de nada), los clérigos empeñados en salvar sus almas pecadoras, los burgohombres y mujeres que venían con ellos ofreciendo servicios especializados, el ejército de su majestad, (que no se me desmanden ni nos invadan)...De eso hace mucho, pero que mucho tiempo. Dejaron constancia de su paso construyendo murallas, castillo, iglesias y conventos y casas grandes, algunas de dos plantas, con grandes ventanales y puertas con dintel de piedra que aquí estoy yo, a cuál más bonita.

Total, que las puertas no sabían ya lo que hacer para atraer la mirada sobre ellas. Todas tenían su marco noble, todas eran la entrada a un mundo de intimidad o por lo menos privado, pero...todas estaban cerradas. Las había de todos los colores. Verde viridiana, verde carruaje, rojo de la india, nogal, roble, naranja, rojo de alizarina...
Una tuvo una idea. Mirando al faro se le ocurrió ponerse un llamador con  forma de farol. Llegar sin estrellarse, creyó que sugería. Otra, al verlo, no quiso ser menos.  Pensó en la forma más perfecta de todas las que hubiera:
-¡Ya está, un círculo colgante! No sólo llamador, también lugar donde atar la cabalgadura en caso de necesitad.- Y como no hay cosa más satisfactoria que mirar con buenos ojos aquello que imaginamos, se sintió orgullosa de su idea y colocó no uno, sino dos preciosas circunferencias. Una en cada jamba.
Otras puertas las miraron con envidia. Se lanzaron al mercado buscando la que más les favoreciera, la más atrayente, que a sus inquilinos les gustaba recibir visitas y no se les ocurría lo de abrir la puerta. Ya se sabe que una puerta abierta que sólo deja ver el rabillo de un patio o un lugar oscuro atrae  como si te succionara. Dejaría paso a los curiosos y tal vez a los que no supieran valorar a los que allí dentro se albergaban.
Alargadas, ensanchadas por la base, torneadas, pequeñas, grandes, medianas.. la ciudad se fue llenando de aldabas.
El único misterio que no conseguí desentrañar fue el de las manos. Dos manos derechas con anillo en un dedo en vez de una de cada lado. ¿Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda? Tal vez fuera eso lo que intentaran decir. 
La cosa es que el resto de las puertas cuchicheó de lo lindo viéndolas desparejadas. De tanto repiquetear aseguraron las puertas con pestillos y cerraduras con llave, y ahí se les acabó el cuento. Así que...y colorín colarado con las puertas bien cerradas hemos acabado.

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