El repostero

Se había deslizado sin querer por una rendija del tiempo. Había caído otra vez en el piso de Argensola.

- Es de noche, aunque no puedo saberlo a ciencia cierta. En esa casa habitaba  permanentemente la penumbra. - Empezó a contarle- Hasta aquí me traído el deseo de que tu voz hablara de mí. Como cuando era pequeña.
- Nunca he dormido demasiado- prosiguió- y además tengo el sueño ligero.
Cuando todos dormían me levantaba muy despacio. La madera del suelo entarimado quejándose de noche por las pisadas diurnas. Yo intentaba que si mi peso liviano provocaba algún crujido no lo hiciera con una  frecuencia que pudieran descubrir mis pasos. Un tic-tac omnipresente a esas horas calladas hacía patente al tiempo, el único testigo de mis incursisones.

Así, con pasos casi detenidos, me acercaba a la puerta del dormitorio de mis abuelos. A veces susurraban, pero nunca de mí. Luego volvía a mi habitación respirando lo más suavemente posible para poder percibir cualquier movimiento de la casa, el corazón latiendo fuerte en mis oídos. Al pasar por el repostero con el león rampante y la máscara coronada evitaba mirarlo. Resultaba tan amenazante que una noche oí en sueños su voz advirtiéndome  que me comería. No sólo lo oí. Lo vi sacar medio cuerpo y las garras de su encierro entelado. Me desperté sudando. El reloj de pared marcó las cuatro de la mañana. Medio minuto después sonó el más agudo que había sobre el escritorio de la salita. Aun sonó un tercer reloj, el de la casa de Valencia, que estaba en el pasillo, junto a la puerta de la cocina. Me quedé encogida un buen rato, escuchando sin hacer el menor movimiento, deseando no oír esa voz, implorando que realmente sólo fuera un mal sueño. Sonó el cuarto cuando estaba quedándome dormida.

                                                          

Supo que de pequeña buscaba confirmación de su existencia en las conversaciones privadas de los adultos de su familia.