Pez-ojo

Un pez-ojo le miró con su falsa pupila. No entendía lo que estaba viendo.
- Estás mirando en el sitio equivocado.
Entonces vio la boca y las aletas finísimas que le propulsaban
- ¿Y dónde tengo que mirar?
- Eso carece de importancia ahora. Lo sabrás. Por aquí.
- ¿Por aquí?
- ¿No estabas buscando el río sumergido? Yo voy hacia allá.

Se ajustó las gafas y el tubo. Se deslizó entre las algas siguiendo a su nuevo amigo. Llegaron a una zona con rocas donde hacía pie. 
- Entra en la cueva. 
-¿No vienes?
- Necesito  sol. No puedo acompañarte. Te gustará.

Llegó nadando hasta la playa. Descansó unos minutos y se adentró en la cueva. El sonido del agua le indicó hacia dónde dirigirse. El techo dejaba entrar algunos haces de luz que iluminaban el fondo del río. Había plantas fantásticas sobre un fondo de arena. Flores de cachemira junto a lotos  y hojas de posidonia. Un jardín subacuático que uno no se cansaba de ver.

Siguió su curso hasta que empezó a sentir frío. La única luz provenía del agua y apenas podía ver dónde ponía los pies. El río se perdía bajo el suelo y ya sólo podía verlo buscando las oquedades que lo dejaban al descubierto entre  las rocas.

Sus ojos dejaron de serle útiles. Entonces recordó su conversación con el pez-ojo. Por más que miraba no conseguía orientarse. Se sintió perdido y un poco miserable. 
-Lo sabrás - resonaba en su cabeza. Respiró hondo. Se frotó los brazos y las piernas para entrar un poco en calor. Cerró los ojos aunque ya no veía nada y deseó con todas sus fuerzas volver a ver la luz. Fue tanteando con sus manos, con la piel de sus piernas y de sus pies. Aguzó el oído. Olfateó el aire. 
Se movió lentamente en las tinieblas. A veces avanzaba. A veces llegaba a un muro impenetrable. 
- Lo sabrás - se repetía para contrarrestar el sentimiento de zozobra. 
El aire empezó a oler a brisa y se le ensanchó el pecho. Abrió los ojos pero sólo conseguía ver sombras. Se sentó. Convocó al sol con un saludo repetido. Al entrar en calor percibió el origen del aire fresco. Su boca sonrió agradecida y se concentró en sentir para no perder el rumbo. Al llegar de nuevo donde se veía la luz del río, se acercó corriendo a la orilla. Ahora sí podía distinguir el rumor de las olas, el olor del mar, la luz del atardecer.

Cundo llegó a la playa pez-ojo lo estaba esperando. En su pupila pintada descubrió el brillo de la alegría.


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