El revólver

Papá Frasquito no era Don Francisco en el pueblo. Ese hombre menudo tendría sus rarezas pero nunca le dio por mirar por encima del hombro. Aun así despertaba envidias:  por la casa en la que vivía, por las cosechas que recogía, por los beneficios que originaban sus ventas, por la visión de no ser menos pudiendo ser más, por rodearse de quien le quería en vez de quien le envidiaba.
Estaba consumido y apenas andaba sin ayuda. Uno de los empleados, que lo cuidaba como un hijo, se lo echó a hombros cuando se oyeron los disparos de los primeros pelotones de fusilamiento.  Los señores con sus niños se fueron a Portugal. Pero papá Frasquito era muy mayor para viajar.
Manuel, el contable de la casa, llegó intentando no perder la compostura.  Todos sabían que tenía llaves del postigo. Todos pensaban que ya no quedaba nadie. Entró con el corazón en vilo. Siguiendo órdenes escondió la plata entre la paja almacenada en un cuartillo. Luego se acercó al dormitorio que quedaba junto a la escalera de las cámaras. Llamó antes de entrar.
Juan ya lo había afeitado y vestido.
-Buenos días papá Frasquito. Tenemos que sacarlo de aquí. Han entrado en la casa de los Zúñiga y han visto un grupo acercándose a la de los Susbielas.
Juan cogió un hatillo con unas mudas y las zapatillas de paño. Lo sentó en la mesa izándolo como si fuera un niño, se puso delante  y  lo cargó sobre su  espalda. Manuel le abrió la puerta. Subieron a las cámaras. Lo sacaron por el ventanillo que daba al tejado del vecino. Casi gateando por los tejados llegaron a la casa de los padres de Juan. Cuando tocaron el suelo del patio estaba temblando de pies a cabeza.
Así y todo lo vieron sonreír cuando le acercaron el jilguero.
-¡Lo has traído!
- Ese casi ha venido volando.
Y se le iluminaron los ojos.

Papá Frasquito pasó en esa casa las semanas que faltó su hija. Les arregló el tejado el año en que no paró de llover y Juan era un niño de pecho.
Su nieta se había casado con el hijo de una viuda con mucha visión de empresa y mucha autoridad.
Se casó muy joven y llamaba a su suegra La Señora de lo que imponía su presencia.
Fue la Señora la que antes de acabar lal guerra,  recomendó que le compraran un revólver a la nuera. Con tanto niño pequeño y la falta de experiencia, la tomarían más en serio si pretendían atacarla.
Era un revólver pequeño. Supongo que para que cupiera en un bolso de salir. Pero se ve frágil, como si con el disparo cada pieza pudiera salir volando.  Hoy pasaría por uno de juguete.

Nunca llegó a usarlo. Ha sido al desmantelar la casa de mis abuelos cuando se han preguntado quién se tenía que  hacer cargo de entregarlo en la Guardia Civil.
Dice mi hermano mayor que él supo que la abuela tenía aquel arma porque una noche, limpiándola  (sepa usted si después de alguna desavenencia) se le escapó un tiro. Que él era muy pequeño, y que al salir todos asustados, le quitaron importancia como pudieron.

Aún siguen rulando por los cajones de un bargueño el revólver, su cartuchera y un paquete con balas. Miedo me da.



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