Un árbol crece.


Un bosque. Alisos, castaños, hayas, tal vez algún pino, sabinas y chaparros. Monte bajo también en los claros. Un arbolillo se esfuerza por prosperar buscando la escasa luz que le llega. Humus de hojas descompuestas. Humedad fresca de otoño recién comenzado. El frío y duro invierno por llegar amenazando la supervivencia de los más pequeños y de los más debilitados. No hay arroyo cerca pero llueve con pereza. Un sol que lucha por abrirse paso entre las nubes se asoma por otro lado avanzando por la montaña y su suave luz anima la vida de la fauna que la habita.

Hay calor aun en las entrañas de la tierra y Uno, (por aquello de que es el primero que sale en nuestra historia) el arbolillo, nota el pujar de sus raíces imparables. Esquiva rocas, perfora el duro suelo. Raíz arraigando, árbol arbolando, verde verdeando, su corteza aún joven y blanda arriba, arriba, alargando.
Vence el sol al llegar a lo alto y sobre él se proyecta una sombra. Lo salvó en verano, cuando las chicharras cantaban y las pequeñas langostas miraban sus brotes tiernos con ojos golosos.
Hay algo que Uno tiene y lo protege. Tal vez venga un botánico y estudie su caso. Tal vez pase a engrosar el bosque sin apenas dejar a la vista su milagro.

 Se enreda en abrazo amoroso con la tierra. Se abre a la luz y al aire. El verde que lo cubre...
-¡Yo quiero ver el cielo!
Y sigue erre que erre con terquedad de mula empecinada.
Saben los árboles del bosque que la Vida le llega por las ramas caídas y hojas y animales, que todos se dan y se alimentan. Pero Uno...Uno es aún pequeño y poco sabio.

Dos está atento. Es generoso. Enlaza sus raíces con las suyas. Sabe de cárcavas que abren las tormentas. Sabe del siroco y de heladas duraderas. Le gusta Uno. Le quiere. Le recuerda a tiempos en que él era así de frágil y pequeño. Convoca a la Vida que le ayude, que ponga a su disposición los elementos. Lo envuelve de forma subterránea. Abriga sus raíces. Uno siente su abrazo y se transforma. El viento ya no puede ser su azote, ni el agua torrencial puede arrastrarlo.
El bosque, que parece inamovible, se transforma. Troncos caen, estaciones  se suceden. Batallas donde Vida sobrevive mutando, agradecida, su apariencia.
En el bosque he llorado al abrazarlos. Su corteza áspera y dura te manda a las entrañas todo el agradecimiento que acumula.
En cuanto a Uno y Dos, ellos se apoyan. Uno ve el cielo. Alguna de sus ramas alberga pajarillos. Da fruto,  sombra, leña y canta con el viento y con la lluvia. A veces sueña con tener alas y vuela con sus hojas desprendidas. Dos le acompaña en el sueño de los árboles. Su vida ligada a muchos otros. Su existencia está enlazada para siempre. Para siempre. Para siempre.

Comentarios

  1. Sabinas, chicharras, Siroco... Sugerentes nombres de elementos de mi infancia... Hoy en el recuerdo de este texto.

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