Tiene arreglo

De pequeña me gustaba ver cómo se afeitaba mi padre. Es cómico de vocación y cuando me veía observarlo exageraba mohínes para hacerme reír. Usaba una maquinilla eléctrica y luego me dejaba limpiarla con un pincelillo. También montarla. Siempre he sido hábil con las manos.
Me veo ahí, entre el lavabo y la bañera, para no quitarle la luz de la ventana. El sol entrando hasta el fondo del baño. Yo con mi pijama y mis zapatillas de cuadros, las dos manos en el lavabo y mi cara casi a la altura de ellas, como para no perder detalle, para poder estar en una postura segura. Tengo el recuerdo vago de estar haciendo los mismos gestos que él. Me gustaba también verlo lavarse los restos de jabón, el olor del aftershave verde que usaba. 
Me parecía asombroso que no se cortara, que dejara su cara, tan áspera antes, suave y tersa.
- ¿Duele?- le preguntaba cuando le veía el gesto de los ojos al ponerse colonia fresca
- A veces escuece un poco, pero poco.

Ayer te ví apurándote la barba antes de salir. He soñado contigo. Mis piernas enredadas en las tuyas trepando por el interior de tu barbilla, sintiendo la suavidad de tu piel recién afeitada y me quedé con ganas de tí.

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