De liebres y detalles

- Las diferencias en los detalles son como liebres saltando de agujero a agujero- dijo poniendo cara de estar desarrollando una tesis doctoral.
Lo decía porque a ella le costaba mucho verlas e intentaba explicarle lo que había de hacer para conseguirlo.
- Tú vas por el campo.
- Vale, voy por el campo. Ahora qué.
- Tienes que buscar los agujeros de las madrigueras.
- ¡Ya empezamos! ¿Y si no los veo?
- No irás mirando al cielo, ¿no?
- Al camino, para no tropezar.
- En los cotos de caza es más fácil. Preparan encierros de conejos, o de liebres. ¿No has visto cerca de las encinas montones de ramas cortadas? A veces forman un círculo. Tienes que mirar un poco por debajo de las ramas.
- ¿Ramas cortadas dices?
- Sí, ramas, con sus palitos y hojas secas formando como una maraña. Por debajo las liebres hacen túneles y madrigueras. Cada agujero es una entrada.
- Así que voy por el campo. Busco agujeros y si no los veo busco encierros. Y ahora qué.
- Pues ahora te paras sin hacer ruido y miras con atención. Las diferencias en los detalles son como liebres.
-...saltando de agujero en agujero. Eso ya me lo has dicho antes. Entonces...
- Pues que tienes que mirar con atención y en la dirección que parezca más idónea porque si no, es posible que las tengas delante y no las veas. Las diferencias en los detalles son matices en una parte, en algo pequeño o secundario. Algo tan huidizo como una liebre. Tan fácil de permanecer oculto como cuando salta en el agujero.
- Me encanta tu tesis.
- ¿A que me tenían que dar un máster?- insinuó subiéndose los calcetines
- Yo te daría por lo menos dos- dijo pasando el mechón por detrás de la oreja.
-¿Vamos a buscar liebres?
- ¡Vamos!

La primera les salió de los pies. El susto fue tan grande que ella se echó para atrás y le buscó con la mano.
- ¿Qué has visto?
- ¡Un bicho! Un poco marrón, tal vez un poco blanco
- ¿Liebre o conejo?
- ¿Pero no son iguales?
- Mal empezamos. Las liebres tienen el rabo más largo.
- Pero si no tengo un conejo al lado cómo lo sé.
- Se sabe. Quiero decir, que se acaba sabiendo. ¿Qué más has visto?
- Que saltaba. En realidad casi no la he visto. Una cosa que se movía muy deprisa en mis pies. ¡Vaya susto! Me he preocupado más de saber donde estabas que de la liebre.
- shhhhh. Allí.- Y señaló con el dedo en dirección a una mancha verde cerca de unas ramas cortadas.
-¿Dónde?
- Allí, a la derecha del encierro- Se había quedado congelado, con la mirada y el índice derecho fijos en aquella dirección.
Ahora sí la vio con más detalle. Las orejas tiesas . La mirada atenta, nerviosa. En cuanto se movieron saltó y se escondió en su agujero.
- ¿Te has fijado en el agujero?
- No. Intentaba verle el rabo.
 La miró como diciendo no tienes remedio, pero por suerte era tenaz.
-No vayas buscando sólo una cosa. Sólo mira.
Mientras lo hacía, ella pensó que sería más fácil si tuviera una imagen clara de aquello que pretendía ver. Algo así como un marco con el que comparar. Pero a falta del marco, se propuso mirar y a ver qué pasaba.
La  siguiente fue una liebre pequeña, comía hierba y miraba desconfiada, preparada para salir corriendo. El lomo pardusco. El filo de las orejas muy oscuro. Se metió en un agujero oculto en la hierba. Tal vez se echó. No la volvieron a ver.

La tercera debía ser vieja. Tenía la cara huesuda. Los ojos claros, casi amarillos, con el borde negro. El pelaje gris y espeso, más oscuro cerca de la piel. El rabo blanco por debajo, negro encima en el centro, dibujando una especie de triángulo. Las patas largas. Muy finas las de delante. Las de atrás fuertes. Se coló en la madriguera después de mover levemente una oreja. Muy cerca del tronco, detrás de un terrón. Desapareció como por arte de  magia.

Dieron por concluida la sesión.

Muchos años después ella fue a Irlanda. Al volver de una excursión en autobús no se pudo contener:
-A rabbit! No, two, no, five, six. God! It's full of them!
Los irlandeses se rieron y le explicaron. Salen al atardecer, a tomar el sol. Nadie los caza. Está mal visto. Por eso no se asustan.
No eran conejos. Eran liebres a montones. De la emoción se le olvidó buscar las diferencias. La perdonó porque estaban a contraluz, porque la estampa era también diferente de todo lo que habían visto, y eso le resultó más que evidente.

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