Una pata de palo

Érase una vez una pata de palo que se llamaba Lola.  Era de tierra adentro y tenía pocas posibilidades de pertenecer a algún pirata. Pero cada vez que se quedaba dormida soñaba que estaba en el puente de mando de un velero de bandera negra con osamenta y calavera. Por eso supuso que algo de marino había en sus vetas.
Una vez decidido que había de hacerse a la mar, se dirigió  a una plaza llena de  bares con sus veladores al aire libre. Allí se ubicó cómodamente  entre las patas de una mesa venga de observar a los clientes. 
Aplicaba su oído para saber si llegaba alguna pareja de pies descompasada, algún pie dolorido o alguna rodilla inflamada. Luego aplicaba su olfato. Buscaba olor a mar. 
-Que no hay manera, oye- le decía a sus amigas metálicas
- Es que te has ido a buscar olor a mar a más de cien kilómetros de la costa. ¿No será que no tienes ganas de pertenecer a nadie?
- Puesss...- decía resoplando- Es que después de tanto tiempo no sé si me compensa aliarme con el primer cojo que me encuentre. ¡Quiero elegir bien!
-¿Un marinero aquí? Emigra. Aquí no lo vas a encontrar ni frita.

Mira tú por dónde se encontró una servilleta en el suelo que decía algo así como

"Te conocí en la playa de las piedras
 sólo anhelo volver para encontrarte".

- Este por lo menos sabe lo que es el mar.- dijo Lola poniendo ojillos ilusionados.
Mientras su poeta se tomaba el aperitivo  Lola cogió su bisturí láser, hizo un corte limpio por la parte sana, le cosió una cremallera y se acopló a ella lo mejor que pudo. 
-Aseguraos de que la original la guarden en la nevera, no vaya a ser que me arrepienta de esta decisión y tenga que poner otra vez la pierna enferma.- Se despidió de sus cuatro amigas y se dispuso a dar servicio a aquel cuerpo serrano.
Las otras la miraron con emoción mal contenida.
-¡Lo ha conseguido!
-¡Se va! ¡Va a conocer el mar!
-¡Adiós Lola, adiós!
-Si vuelves ... ¡no vuelvas, quédate allí!

Hablaban con tal sentimiento que Lola tembló entera y se oyó: taca-tá.
Un momento después: taca-tatá y casi al mismo tiempo empezaron a sonar palmas:
- ¡Ole, ole, báilate algo!

ta, tacatá, tacatatá, taca taca tá, tacatatá, tacatatá...

Llegaron los municipales llamando al orden público, que qué horas eran esas de armar tanto jaleo y Lola y el animado cuerpo que la llevaba hicieron mutis por el foro.
Un caza-talentos que la había visto taconear le propuso actuar en un tablao flamenco.
No sé si  habrá llegado al mar con sus actuaciones o si sólo sueña con él entre bastidores. Yo, que sigo en la nevera absolutamente congelada, no he vuelto a verla y  echo de menos su cuerpo, su calor.

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