Tercero de Primaria.

Volvió Rosemary con sus juegos y sus canciones. Hicieron presas en la calle con el agua que desaguaban las piscinas. Los melli se fueron definitivamente y nunca más corrió descalza por la calle.

Tercero fue el  curso en el que se dio cuenta que no era tan mayor como creía en primero mirando a los de párvulos. Eran otros tiempos. La clase tenía más de treinta niñas pero no hacía falta levantar la voz. Su profesora era todo lo contrario de la famosa "Verrugueta": delgada hasta el extremo, menuda, sin excesos, pero con todos los ingredientes que hacían que diera gusto estar en su clase: Tranquilidad, respeto, rutinas claras y un sexto sentido para sacar habilidades ocultas que no siempre se valoraban en la escuela.
Fue la primera vez que se le ocurrió pintar del natural. Les pidieron que dibujaran una sierra, para ver si habían entendido aquel concepto y se le ocurrió mirar por la ventana. Pintó unos cerros llenos de olivos con tanto éxito que volvió a repetirlos al llegar a casa. Se dio cuenta de lo mediocre que era como dibujante un día que  Lina llevó el dibujo de una campesina con su molino al fondo. Lina no solía brillar en casi nada, pero fue la envidia de la clase cuando pincharon su dibujo detrás de la mesa de la maestra.

Empezaban con matemáticas. Operaciones con la unidad seguida de ceros. Solía ser la primera en acabar. Lo rollo empezaba después. Multiplicaciones y divisiones por dos y tres cifras que se le hacían eternas y análisis morfológico. Machacar y machacar sobre lo mismo hasta que llegaba la hora del recreo. 
A Lula le gustaba el colegio y jugar en la calle a partes iguales. Cuando llegaba a casa dejaba la cartera y ya no había colegio ni tareas. Se dio cuenta de que no las hacía casi nunca el día que olvidó el bolígrafo en casa. No iba a poder hacerlos en tres minutos mientras las demás preparaban todas sus cosas y la iban a pillar como alguien no se lo dejara.
-Pst, Mercedes, ¿tienes un boli de repuesto?
Mercedes miró su estuche y sacó un boli Bolin verde y azul.
- ¿Me lo prestas, por favor?

Se salvó por los pelos. Ese día ponían las vacunas y para cuando acabaron era casi la hora de recoger.
Lula se acordó del boli de Mercedes, pero no se lo dio todavía. Creyó que si se lo llevaba ese día a casa lo haría todo como Mercedes, con su misma buena letra y sin dejarse nada atrás.
Al día siguiente se lo devolvió un poco decepcionada, porque a ella le salió su letra de siempre, con la misma cantidad de tachones de siempre.
-Gracias. Se me pasó dártelo ayer.- No se le volvió a olvidar la tarea. Un poco mágico sí que había sido.

A Blanca, que era hija única, la dejaron una semana extra cuando llegó el verano. Sus padres se mudaban y no tenían con quien dejarla. Lula fue con ella de acompañante. Eran sólo unas horas cada mañana. Hicieron unas casitas con palos de polo y palillos de dientes. En realidad Lula no la acabó. Su pegamento apenas pegaba, era más bien fullera y  no consiguió terminar las cuatro paredes y el tejado. Blanca sí, pero como se acabó la semana, Madre Carmen prometió montar la casa.
Al acabar el verano Lula entendió que se estaba haciendo mayor. Sólo Blanca pudo recoger su casa de palillos.
-¿Y la mía?
-¡Pero tú no acabaste las paredes!
- Es verdad, lo siento- dijo muerta de vergüenza. Y ahí se le acabó el cuento. Fuera de casa, lo que no hiciera ella, quedaría así, a medio hacer.

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