Primero de Primaria

La pasaron de curso al poco de empezar párvulos grandes.  La clase de los pequeños tenía las paredes llenas de animales realistas, una pareja de cada dirigiéndose a una gran barca a la que accedían por una rampa de madera. Le gustaba cantar las canciones que hacían referencia a los dibujos: 
Los caballitos 
que van por la tierra
trotan, trotan, 
trotan, trotan, trotan...
Le impresionaba que algunas compañeras se quedaran dormidas después del recreo, o ver de reojo como algunas, mucho más traviesas, le tiraban del velo a la monja cada vez que pasaba por su lado. ¿Cómo podrían ser tan osadas?
Lo que no le gustaba nada era tener que usar las tijeras. Las suyas estaban duras, el aro por el que metía sus dedos para manejarlas se le clavaba, y, francamente, cortaban fatal. Ella ya sabía usar las de verdad. Hasta le había cortado el flequillo a su hermana un día que jugaron a las peluqueras. Se había fijado muy bien. Había que mojar un poco el pelo, estirarlo con un peine y recortar todo igual de largo imaginándose una raya.

-¿Jugamos a las peluqueras?
-¡No quiero!
-¡Anda, verás qué divertido! Yo te pelo primero y luego me pelas tú a mí....¡Si va a ser sólo un poco!

Le costó un poco convencer a su hermana más pequeña. Pero la promesa de que así no la llevarían a la peluquería debió gustarle. Se armó con un cepillo de dientes, mucho más manejable que uno del pelo. Le peinó con él el flequillo que le llegaba casi por las cejas y procedió a cortar con las tijeras de uñas. Cuando hubo acabado le pareció que la raya estaba un poco torcida. Mojó de nuevo el cepillo. Volvió a peinar .e intentó igualar. Su hermana, con poco más de dos años, empezó a cansarse. Se movía mucho y la línea cada vez estaba más ondulada. En el tercer repaso llegó la tata y se acabó la sesión de peluquería. Afortunadamente quedaba un poco de flequillo para igualar. La verdad era que así estaba mucho más guapa.

Le gustaba el sonido cacofónico de las páginas de la cartilla:
Mi mamá me ama. Mi mamá me mima. Amo y mimo a mi mamá. 
Timoteo te tutea. Mateo toma  tu moto.
Timoteo tenía cara de mono y el texto era como un chiste.  pero todo aquello se lo leía de corrido. Así que, antes de navidad, la pasaron a primero.

La clase de primero era oscura. Hacía mucho frío en ella. La mayor parte del tiempo estaban en silencio o escuchando a la maestra. Pero aprender era muy divertido. Aprendió enseguida la numeración. Se ponían de pie, alrededor de la clase y empezaban el juego. Había que contar marcha alante, marcha atrás, de dos en dos, de tres en tres... un número cada niña. La que se equivocaba se iba a la cola. No se hacían dramas, era un juego de velocidad... o así lo entendió ella. Enseguida aprendió a estar de las primeras. También le gustaban lo que entonces llamaban matemáticas modernas: relaciones unívocas, biunívocas, de unión, inclusión o intersección entre los elementos de un conjunto. La idea de conjunto y subconjunto... El patio de las mayores era mucho más divertido que el de las pequeñas. Había columpios, un laberinto para trepar, un tobogán con dos rampas, aunque una siempre la utilizaban para subir...
También tenía sus momentos negros: la hora del catecismo, que había que aprender de memoria y la cuadrícula. Se acababa de poner de moda y era un verdadero martirio chino. No sólo había que ajustar la letra a la pauta, además había que aprenderse lo largos que tenían que ser los enlaces y había que ir contando cuadritos para separar las palabras o los renglones de forma armoniosa. 

Pero tuvo que repetir curso. La inspección no autorizó que pasara de curso una niña tan pequeña. 
No estaba tan mal. Volvía a estar en clase con la intrépida Lola, esa que hacía diabluras en la hora de la siesta, su casi vecina Antoñita, la risueña Fátima, Rosa, Paquita...

Se hizo experta en primero y cuando lo acabó por segunda vez lloró un poco. Le daba mucha pena dejar a su maestra, le parecía la mejor. 


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