Retroalimentación asistida

Lleva los auriculares puestos y a veces se le van los pies, y la cadera. No es sólo la música la que le hace subir los brazos por el pasillo o bailar en el ascensor. Ayuda, si. Ese saco de energía que transforma la figura y la mirada se alía con el ritmo, se acompasa con el interior y la agita entera. Bailar no la agota, la retroalimenta.


Era profesor de música en el conservatorio. Tocaba el piano, el violín y era tenor en bodas y otras ceremonias de postín. A veces sus alumnos se hacían un lío con las notas. Para darles un descanso tocaba fragmentos de Chopin.
-¿Se los sabe de memoria?
- Sí.
-¡Pues vaya memorión!
- A veces es horrible no poder olvidar- y como para disimular por semejante comentario se lanzaba sobre el piano tocando el Revolucionario.



Y fuerza y fuerza  el amor que exige, hasta que estalla como una pompa de jabón. Cada minúscula gota generada le recuerda la imposibilidad de reconstruirlo uniendo los fragmentos. Sopla tan airadamente por la decepción, demanda con tanta energía y tan poco conocimiento del agua jabonosa que no consigue la burbuja deseada, la rompe antes de que se forme.

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