Laberinto onírico.

Estoy sentada en la popa de un ferry. Tiene tres escalones que nos dejan muy cerca el agua. Yo me ubico en el del medio, sujetando a Víctor, que mira el agua borbotear cuando sale por debajo del casco, y a Fátima, que se agarra a la barandilla con cara de felicidad contemplando el horizonte.
Llega el director del colegio y me dice que me vaya de ahí, que es peligroso.
- No me voy a ir. No es peligroso para nadie.
Me insiste y le insisto. Se va.
No sé dónde ve el peligro. Tal vez tenga vértigo. Tal vez piense que los niños se pueden caer. Estaría prohibido acercarse ahí entonces. Cuando se va y me quedo con ellos me sorprendo a mí misma de tanta rebelión sin causa.
Luego los niños se van con los otros y yo me quedo encerrada porque alguien ha aislado la zona. Tengo que trepar hasta el puente de mando, pero tampoco tengo acceso al resto del barco. Salto una especie de barandilla y al mirar hacia popa lo que veo es una plataforma sobre un jardín con árboles que no me dejan ver el suelo. Andurreo por la zona buscando una salida cuando veo pasar a Óscar desnudo, lleno de churretes de grasa.
Me pregunto por qué está desnudo, por qué estará tan sucio. Lo sigo. Se cae entre los árboles. Quiero bajar como sea aunque me asegura que está bien. No me decido porque no veo el fondo. Me despieto.

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