In Memoriam

El camino: una selva de olivos ordenada, las montañas al fondo, moradas, regias,  todo silencio, de algunos pueblos salpicadas como perdidos en ellas, agrupadas las casas con miedo de verse solitarias en esa inmensidad. 
No las recordaba tan grandes, ni tan bellas. Ir por la loma le daba una vista privilegiada sobre el valle. En su memoria, trigales con manchas rojas de amapola donde ahora reina el olivar. Al llegar a la entrada del pueblo, la voz de su padre, como un eco: 
- Ahora contamos 20 y llegamos a Viguetas Peralta. 
-...diecinueve y veinte.
-Ahora hasta sesenta y llegamos a la churrería.
Después de diez más llegaban a la puerta del postigo, entonces de color ocre, (caca de gato, "ocre" fue posterior, ese nombre no lo había oído todavía), ahora verde carruaje. Fálsamente cerrado.  El patio lleno de coches. El verde claro de la parra, los racimos de uvas en cartuchos invertidos de papel de periódico le hicieron notar nudo en la garganta. ¡Cuántas uvas! ¡Qué pena!
-¿Hay alguien?
Nadie contesta a su pregunta y se vuelve hacia la puerta. Llega su hermano que viene a cerrarla. El entierro será dentro de una hora y están todos en el tanatorio, frente a la puerta de la sacristía.
No quiso entrar a verlo. Quiere quedarse con la última imagen que de él tiene, con barba de varios días, recién intervenido de hacerle una biopsia. Le llevaron la cena.
- Chica, a ver cómo es esto.
Un lío del camisón. Le ayudó a colocárselo.
- Te han dejado la vía por dentro. Cuando vengan les digo que te lo arreglen.
Su sonrisa socarrona. Su media burla de casi todo.
Unos días atrás se había acordado de él mucho más joven. Tal vez Semana Santa, tal vez por navidad, casi todos los años había una noche en que montaban el proyector de diapositivas y veían su último viaje. Con Álvaro padre y Álvaro hijo, los tres mosqueteros. Se les veía felices y daban ganas de viajar, de salir al mundo.
También en el verano, las fiestas de los pueblos más cercanos. a los mayores los llevaban a bailar. Los tíos solteros llevaban a los mayores. Ella tuvo la suerte de participar en una de esas salidas. Después ya no volvió en verano. Se iba con otra de sus tías.
Los inviernos eran para las excursiones. Salir a andar montaña arriba. Entre las cosas buenas la barja de esparto de su tío. El sabor del chorizo que le daba, del pan cortado con navaja.
En el buen tiempo la pesca. En verano al Charco Azul a bañarse.
Aun otro recuerdo. Un rosario rezado de carreras. Los niños fuera, en la galería que estaba al lado de la sala. Tal vez más de diez al lado de dos o tres adultos. La puerta abierta. Luz mortecina. Las primeras diez avemarías tocando ya su fin.  Reto para los sobrinos más pequeños.
-En vez de Santa María, dí tu tía María.
Imposible. ¿Cómo hacerlo sin perder el hilo? ¡Qué nervios! ¿Y si te descubrían?
Más imposible hubiera sido hacerlo. Se rezaba a tal velocidad que lo que se oía era un murmullo en el que sólo se oían con claridad los finales de cada estrofa:
-Sanmm  mmmmmmmmios, Rue brbrbrbrbrb ores brbrbrbr mén
La risa contenida, el jaleo final cuando por fin se acababa.
-¡Hoy no has sido capaz!- Los ojos bondadosos y risueños.

Luego, cuando ella vivía allí y la abuela iba solo en verano, las tardes en el patio. Ofreciéndole uvas a su hija mayor, entonces muy pequeña.

Un viaje a Inglaterra. Su padre, su tío y ella. Una feria de ganado. Su padre resfriado y ellos dos tomando una cerveza, riéndose del susto al meterse en una iglesia para no pasar frío. Un cura en el altar, la misa ya empezada. Ninguno de los dos se enteraba del principio. Luego en el evangelio, entender que era algún idioma eslavo el que estaban oyendo y respirar aliviados.

Reírse de sí mismo y de muchas otras cosas. No querer convencer. Permitirse  ser de otra manera.
Aproximarse suavemente.
A su padre lo llamaba con frecuencia.
-Hay carreras de caballos en la dos. El trigo va muy bien. Este año hay cosechón de aceituna. Hoy tres grados de máxima en el patio. Te mando uvas con Quino.
Al salir de la iglesia mucha gente se acercó a dar el pésame.  A casi ninguna persona conocía. Sólo  de vista y no a todos. Sin embargo se agradece la presencia. Saber que fue apreciado por otros es un consuelo. Y así lo agradeció.
De vuelta, en el coche, volvió a llorar un poco. No sabía que pudieran dejar tanto vacío aquellos que apreciaste en tu infancia.





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