En ebullición

Estaba allí, en la habitación, mirando el techo. La lámpara, un globo de papel de arroz,  estaba torcida. La miraba y le miraba con indiferencia. No tenía ganas de levantarse ni de apagar el despertador. Lo hizo cuando empezó su sonido estridente. Una parte lloraba. Otra tenía ganas de reír.
Nunca antes sintió el amor de esa manera tan extraña.
Estaba su familia. Estaba su pareja y estaba una especie de nebulosa que tal vez sólo fuera su interior.
Sentía un ser muy frágil, tan vulnerable que parecía un bebé.  Ese infante  que no entendía por qué se ponían nerviosos con él cuando no entendía. Que no era capaz de dar explicaciones sobre la marcha. Que era tan ignorante como el que pedía las explicaciones
- ¿Pero cómo explicar lo que no entiendes?- Se decía. No se le ocurría, por ejemplo,  decir que estaba fuera de juego, que un poco más despacio por favor.
Todo había que saberlo. Le resonaba "Con la edad que tienes y todavía no sabes..." con la que creció.
-No hace falta explicar por qué uno es alto, o rubio, o torpe en ciertas cosas. Eres, te guste o no te guste. Tal vez ni siquiera eres el más indicado para decirlo. Ni siquiera te ves como te ve la mayoría.-
Ya no tenía interés en demostrar.- Es esto lo que soy. Es así como quiero. Lo tomas o lo dejas.

Luego estaba la otra parte. La que sabía que había amores imposibles a los que jamás accedería, porque no le correspondían, porque no estaba a la altura, porque ya tenía los propios a los que cuidar.
-Estás hasta las trancas- se dijo un día que consiguió verse desde fuera.
Dio dos pasos atrás. No siempre el corazón le acompañaba.
Otros dos pasos atrás. El corazón siempre adelante. No. No siempre. A veces se enfurruñaba porque no entendía. O porque hasta que conseguía ver, se sentía contra las cuerdas por cualquier tono impaciente o imperioso.
-¡Sal, defiéndete!- se decía. Y luego:
-No sé de qué tengo que defenderme- la respuesta solía llegar cuando ya había pasado la tormenta. Y en esa tranquilidad densa de la distancia veía que la tormenta a veces era solo un nubarrón, una impaciencia que no le correspondía, un mal modo completamente ajeno a su persona.
-¡Me llega tan adentro, la emoción me llena tanto, que no me deja ver más cuando me llega!

Laboratorio de ideas, emociones en ebullición, la vida demasiado grande, demasiado compleja, para poder asirla entera. Tal vez quería lo imposible. Tal vez sólo tuviera que pasear por ella como jugando a ser exploradores.





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