"El Chino"

Tenía rasgos orientales y no paraba de escribir, leer o hacer anotaciones en los márgenes del texto con un color diferente. Cómo llegó allí o cuánto tiempo llevaba era un verdadero misterio. 
Lo vio mirando a través de la sonda que exploraba su tímpano. 
- Nunca he visto unos oídos tan limpios.
Y el especialista, deslumbrado por la limpieza, no pudo ver lo que había más allá de esa membrana. Ella, sin embargo vislumbró, como a través de un velo, aquel personaje minúsculo que trabajaba sin descanso.
- ¡Perdone doctor!
- ¿Sí? 
- ¿Qué es eso que se ve tras la membrana? 
El otorrino cogió un papel y se dispuso a dibujar la cadena de huesecillos mientras decía:
- Extraordinario, extraordinario, nunca antes lo había observado.- Y se lanzó a una explicación anatómica que nada tenía que ver con lo que ella había descubierto con todo lujo de detalles. A saber:
Un minúsculo hombrecillo de pelo oscuro, tez cetrina, y atuendo blanco, sentado sobre sus posaderas al estilo indio. Tenía sobre sus piernas  una mesa baja cubierta de torres de papel que se afanaba en estudiar a juzgar por la cantidad de notas que tomaba. 

- ¿Podría verlo otra vez? Su explicación me ha parecido muy interesante y creo que ahora podría entender mucho mejor lo que he visto.

El doctor, que vio el entusiasmo en su ojos, no pudo negarse.
O bien el tiempo se hizo eterno, o bien lo que veía pasaba a gran velocidad o de forma simultánea. La cuestión es que esa segunda vez lo vio detenerse, mirar de forma aguda como taladrando la esencia de lo que observaba, redactar los acontecimientos observados, hacer una valoración pormenorizada  de los elementos, subrayar de distintos colores, fruncir el ceño, esbozar una sonrisa triunfal, poner el gesto adusto...
No podía ser su imaginación. Estaba allí. ¿Pero quién lo había puesto? ¿Le pasaba a todos? ¿Sería cómplice el médico, la medicina en general? es decir, ¿Acaso se ocultaba por algún motivo? Por más extraño que le pareciera, por  más preguntas que le provocara, la fascinación era tal que no podía desviar la mirada.
- ¡Si pudiera ver lo que escribe...!- pensó.
Agradeció la explicación nuevamente y se fue con su diagnóstico: tínnitus, y pocas esperanzas de que desapareciera ese clic clic continuo que conseguía apreciar claramente cuando el nivel de ruido exterior era menor que el suyo propio.
La curiosidad le pudo y pidió cita en otro especialista. Tenía esperanza de volver a ver al Chino, como había empezado a llamarlo cariñosamente.

Se compró unas gafas de aumento para conseguir ver la letra. Alguna noche soñó que lo que hacía eran muestras, de esas que le ponían a ella de pequeña cuando cometía una falta de ortografía. Esas en las que había que copiar diez veces "había" o "coger" cuando no era la regla incumplida tres veces. En su sueño "el Chino" se equivocaba y le iban aumentando la cantidad de veces que tenía que copiar, pero nunca conseguía librarse del castigo. Se despertaba con pena por su pobre compañero y con una urgencia mayor de verificar si seguía ahí, tras su tímpano.

La siguiente vez lo encontró cansado, un poco más lento. Sería por eso que la torre de cartas o mensajes que no paraba de leer parecía haber crecido. Con las gafas de aumento consiguió ver alguna que otra palabra: "detección"  "claridad del mensaje"  "Puede que" "dificultad" "no" "siempre" "parece que"

De ellas dedujo que no se trataba de un castigo, sino más bien de un informe. Pero ¿Un informe? ¿Un chino en la cabeza trabajando como un idem para hacer informes? ¿De qué?

Pidió cita nuevamente. Su presupuesto mensual se vio seriamente afectado con tanta visita privada, pero consideró que aquello merecía la pena. 

Entendió que aquello era un conspiración científica. Cómo era que nadie hablara de ello si no. Y decidió guardarlo en secreto. A sus compañeros de trabajo les decía que es que era insoportable, que el tínnitus a veces le impedía dormir porque resultaba atronador. Que quería otra opinión. 
Compró una cámara de acción, con lo que acabó de saltarse todas las previsiones de ahorro y buscó el más afamado especialista de la capital.  Allá que fue en cuanto obtuvo la cita. 
-¿Le importaría que grabara las imágenes que veo en  el espejo mientras usted me explora? Es que me gusta pintar y me parece asombrosa la cantidad de cosas que pueden verse a través del oído. Me gustaría hacer un boceto
Ante la cara de sorpresa que recibió del médico, siguió:
-  Me interesa su opinión, pero no es la primera vez que me miran. Será porque es mi oído, pero me resulta atractivo lo que se ve...
-  Es mucho más clara la imagen de cualquier atlas de anatomía, pero si insiste...


- ¡Mierda!-  Dijo al comprobar la grabación en el ordenador. - veía los textos, ¡pero estaban en espejo!
Fue fotograma a fotograma dándoles la vuelta, mejorando el contraste, e intentando descifrar.

"El doctor Pérez ha puesto cara de asombro.  Me ha mirado con una cara un tanto escéptica. Igual desconfía. Pues no.  Ha aceptado bien la iniciativa de la grabación. No sé si interpretarlo como una constatación de que el Chino es una paranoia mía o que considera poco probable que pueda entender las imágenes grabadas. ¡Ja! ¡No contaban con mi astucia! ..."

Y mientras leía se daba cuenta de una cosa: No paraba de registrar lo que su mente le decía de los otros. El Chino era un un registrador de impresiones, de valoraciones de los otros y de ella misma.  El clic, clic, clic, que no cesaba era el producido por el boli al garabatear sobre el papel tantas palabras. Sólo conseguiría dejar de oírlo si lograba sacarlo de ahí, o hacer que descansara, a ser posible eternamente.
Descubrió con espanto que su Chino no era chino. Tenía un aire endemoniadamente familiar, tanto que no podría decir a quién se parecía más, si a su padre, a su madre,  su tata, a la que recordaba con los ojos rasgados cuando se reía...
Se dijo que no quería saber nada más de él. Se obligó a olvidarlo. Pero a veces...Volvía a pedir cita
-Sólo por verificar si sigue conmigo.
Y en las épocas en las que el tínnitus se acentuaba:
-Sólo para ver si aún puedo cargármelo.





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