Te echo de menos

Estrellas salpicando la oscuridad. Bullicio de fiesta en la calle. Aire templado. El cinturón de Zeus en el horizonte. En otro plano la  luna mirando a Tierra con su cara casi completa. La celinda seduciendo con su aroma almizclado.
Voy por la senda del parque envuelta en primavera. No estoy aquí sin embargo. Me veo caminando a tu lado una mañana de diciembre. Los nombres de las plantas del jardín en mis oídos: espino albar, helecho, parra virgen, abedul, magnolio, glicinia, limonero, naranjo, caqui. No saber la suerte de tener un jardín. No saber la suerte de tenerte,  siempre estabas,  fuiste valioso.
Estar colgando de tu brazo como un saquillo y saber que me esperaba un trago de mar, tu ahogadilla certera para que tuviéramos la cabeza mojada. Los juegos en la playa. Disfrutar del mar contigo, salir de la resaca que me arrastraba de tu mano fuerte. Tu mano haciendo círculos en mi vientre hinchado por las malas digestiones. Tus manos encajando el brazo de alguna muñeca. Tu olor. Mis ojos en tu barba y tus mohínes exagerados mientras te afeitabas. Viajes en un dos caballos con la capota enrollada. La cuenta atrás llegando a casa de los abuelos. Los juegos para que el camino se hiciera corto. Estar leyendo a un metro de distancia  la lata de leche del pequeño, "¡qué bien que ninguno es miope!". Las innumerables rimas que inventabas. Días de lluvia que nos  llevabas al colegio fingiendo no acordarte de nuestros nombres. Las veces que me quedé esperándote en casa de la abuela a la vuelta del conservatorio. Tenías doble jornada de trabajo y siempre nos reíamos de tus despistes de vuelta a casa. Tú enseñándome a poner el tocadiscos, la calefacción, el aire acondicionado. A arreglar el motorcillo que hacía algodón de azúcar. Tú, severo, esperando mejores resultados de las notas.
Tus miedos en nuestra adolescencia. Llegué a odiarte. A no verte como el hombre que eras, sino como al guardián de la celda. 
Luego  saber que ese papel había acabado. El que me mimó cuando tuve cólicos biliares dejándome el mejor sillón cerca de la chimenea, el que me recogió una noche de lluvia cuando el coche me dejó tirada en la carretera. Tu sentido del humor. Ese "léeme exámenes", llorar juntos de risa,  que te hizo descubrir la antología del disparate. Tu afición a Gómez de la Serna y otros autores divertidos.
El día que me pediste que te enseñara a hacer arroz blanco, retando a madre. O los que hemos lavado los platos juntos, como descubrimiento gozoso de tu jubilación, con incomprensión absoluta de mamá, que lo veía como despilfarro de energía personal habiendo lavavajillas. Las chispas en tus ojos el día que te regalé un escurreplatos de alambre, ¡menudo invento! 
Tú enseñándome a encender la chimenea con "bombas" de papel de periódico. Los días de vacunar ovejas con los niños, tu complicidad con mis hijos de pequeños. 
Y esta última etapa, en la que nos has dejado disfrutar tanto de tí, en la que has sacado lo mejor de nosotros, en la que me has hecho sentirme tan querida, en la que pocas veces te hemos visto rindiéndote. Me siguen viniendo cosas de mi yo contigo, tu tú conmigo. Pequeñas cosas que me llegan muy dentro.
Otra vez el aire huele a parque y suenan las bandas a lo lejos. Vuelvo a casa con la cara mojada. Me diste parte de la forma que tengo. Sé que siempre estarás conmigo pero ya te echo de menos.  



Comentarios

  1. Entrañables recuerdos, entrañables y sentidas realidades. Entrañables ambos.

    Que hoy siga tan vivo en tu memoria y corazón, denota quienes sois.

    Abrazos Loles.

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  2. Se me saltan las lágrimas. Gracias. Un abrazo fuerte.

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  3. Qué buen homenaje. Me gustó, sobre todo, la evocación de los detalles vividos en la infancia. En este relato quedarán, para siempre, todos esos detalles, y sus protagonistas...

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