Encalado virtual

El día que se fue Panchita no tuve más remedio que comer en días alternos.
Lo habíamos organizado todo, menos la eventualidad de que uno de nosotros se muriera. No tenía más tiempo libre. Había sido una decisión vinculante. Un contrato conmigo mismo. Irreversible, irrefutable, irrevisable. Una vez que tomo una decisión, a lo hecho pecho y a mirar pa'lante.
Ella, por su parte, tenía el suyo diferente del mío, porque si no seríamos uno y no era el caso.
En el mío figuraba la decisión expresa de no cocinar más de tres días a la semana,  comprar sólo uno y dedicar todo el tiempo que me quedara libre a cualquier actividad creativa que estuviera alejada de los fogones.
No me digas que por qué no congelaba comida para dejar reservas. Ni yo mismo lo sé. Sospecho que es porque en mi familia presumíamos de hacer la comida justa. Tener  cálculo  para la cantidad exacta, necesaria y suficiente. ¡No iba yo a romper la tradición, no es mi estilo! Yo soy más bien de suma y sigue. De  corta y pega. De más de lo mismo.
- ¡Ay, Panchita, qué inoportuna fuiste dejándome tan huérfano de almuerzo y cena! - Se me escapaba un día sí y otro no.
Tampoco podía permitirme gastos extra, porque mis actividades creativas eran nada lucrativas y podían resumirse en dos: Encalado virtual de desconchones, y dibujo a tiza en el suelo del patio.

Me fui volviendo delgaducho. Usaba los pantalones doblados, una pernera dentro de la otra, para poder rellenarlos. La gente empezó a echarme monedas  pensando que me faltaba una pierna.
Eso, y tener un bar a la vuelta del trabajo, me quitaron la costumbre de la abstinencia.
Pronto tendré que ponerme bien los pantalones. Dejaré de ser el mutilado de guerra y volveré a las andadas.
- ¡Por tu culpa! ¡Te odio y te odiaré siempre!



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