Hojas secas de los árboles

Se ha hecho de nuevo la luz. Atrás quedó la frondosidad de las hojas que como pájaros migratorios volaron tras noviembre. Aún algunas mustias, resistiéndose a abandonar el jardín o a yacer en el frío suelo. 

El caqui es un cuadro de Van Gogh con los colores alterados. Si supiera plasmarlo...

En la magnolia del vecino rebota la luz y el verde oscurísimo de su follaje a contraluz está salpicado de puntos blancos. En contraste, el agapanto que tiene en el pie, parece hecho de hojas de lechuga. Tiene ese jardín de jardinero constante, una alfombra verde donde las sombras siguen caminos rectos, ininterrumpidas, ninguna hoja emigrante lo cubre.

Cae alguna hoja. Las otras se despiden con el viento.

Pienso en tí

Me voy vaciando y te cuelas por los huecos que limpiamos. ¿Cómo se puede echar de menos al que aún está? ¿El anticipo de lo que será?

A veces duele lo que pudo ser y no fue. Aunque haya hecho daño. Ya no hablamos de eso, pero lo sabes, porque me voy paralizando.

Amar, ese verbo tan peculiar. Amar: así en basto, sin pulimentos, sin desbastar, casi en pasiva, ese impulso hacia otro que te aporta ilusión, te hace desearlo como parte de tí, de tu historia, que desea devolución de la jugada, en el que te puedes apoyar  para construirte, al menos en mi caso.

Amar en activa es más trabajo. El impulso ayuda, los lazos hacen entramado que soporta, pero amar  es la otra parte  de ese dame. Exige conocer y respetar lo que se va descubriendo. Cuidar eso que tanto ayuda al que no es tú, dejárselo a la mano. Dejarse descubrir por entero. 

Apenas te conozco y te estás despidiendo. Como las hojas ya secas de los árboles. Me enganchan los misterios, me quedaré enganchada a tí cuando yo también me marche.

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