Sentidos delirantes en busca de autor.

Solía darse las mismas respuestas a sus contratiempos y, como le observaron que no llegaba a buen puerto con ellas, decidió buscar nuevas respuestas y nuevos métodos.
Le llegaron una tarde de fiebre y desvaríos. Se sentía floja, casi sin fuerza en sus andarinas piernas y los párpados le pesaban más de lo normal. Pensó en tomarse la tensión así que cogió el termómetro, que el tensiómetro ya sabía lo que le diría. 
El termómetro, que estaba delirante, se subió por las nubes confirmando que ella necesitaba dormir más que cenar. Se acostó temprano y  aunque se despertó de madrugada, consideró que el affaire con su colchón había sido demasiado breve, y volvió a dormir seis horas a pierna suelta.
Se encontraba más liviana y en vista de la mejoría, creyó conveniente seguir con su recién estrenada búsqueda de alternativas.

Recordó al dulce Miguelito, ese albañil de su infancia que le dejaba hacer mezcla, y el aire se llenó del aroma inconfundible de la arena mojada y el olor un poco acre del cemento al unirse a ellos. 
- ¿Pero cómo es esto?- se preguntó- ¿Hay alguien haciendo mezcla bajo la ventana?
Pero no había nadie. Su sorpresa fue tan grande, y la audacia en el pensamiento tan notable,  que al instante pensó en un gran helado de vainilla.  La boca se le hizo agua y distinguió vívidamente el aroma a natillas que lo caracterizaba.  Ya nada le detuvo.
Era su estado un puro delirio de sentidos. Distinguió con precisión su temperatura externa e interna de forma claramente diferenciada. Eso le acarreó alguna que otra burla de cercanos que a sus comentarios de 
-¡Qué calor!- o - ¡Qué frío!- le preguntaban con sorna si era por dentro o por fuera, si era general o sólo en una zona del cuerpo. 
Cuando llegó a la edad de la menopausia comprobó que no sólo a ella le ardían las entrañas y dejó de hacer tamaños comentarios.
Aprovechaba esas veces de ardor interno para atribuir a sus males otras etiologías. El origen del calor se debía, eso creía a pies juntillas,  a las ensoñaciones de viajes por el Caribe, cosa que le confirmaba la percepción del salitre en la piel o el aroma del mar, aun viviendo tierra adentro.

Su frío interno a una desconexión del centro regulador de la temperatura por exceso de cansancio o de sueño, como si su propio cuerpo se quedara en "stand by" de forma automática.

Siempre encontró la manera de explicar lo que ocurría más acorde a sus nostalgias o querencias  que a las creencias de moda. Se declaró analfabeta. Diéronla por imposible. Vivió feliz desde entonces. Y hasta aquí llegó este cuento: se fue y llegó con el viento.





Comentarios

  1. Si llegó con el viento y vivió feliz, bonito encuentro! Muchos firmarían algo así... Y más en estos tiempos.

    Abrazos Loles.

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  2. Eso va a ser por la vacuna del covid, según la creencia de moda. Claro, que si no te estás poniendo vacunas cada dos por tres, vas a tener razón en que son ataques de melancolía, o de nostalgia de lo no vivido. Creo que ese mal no tiene cura, pero peor es la muerte, que como receta, dicen que conforma en estos casos.

    Abrazos Loles, recuerdos a Miguelito (otro día te cuento de cuando en la obra me dijeron: "¡Eh, chaval, vete haciendo cemento!, ¿sabes hacer pasta?". Y respondí que no).

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    Respuestas
    1. ¿Dónde no has trabajado? Yo te enseño a hacer pasta cuando quieras, (lo que no sé es si cuajará conforme a lo previsto. De pequeña si se resquebrajaba iba Miguelito detrás y desfacía el entuerto)
      Lo de la muerte, aunque conforme...
      A un hombre del campo ya muy mayor y varios años enfermo le preguntó una monja que fue a visitarlo si no quería ir ya al cielo después de tantas penurias. A lo que el hombre le contestó:
      -Mire'sté hermana, como en casa de uno, en lao ninguno.
      Yo creo que soy de su misma opinión.
      Un abrazo Miguel

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    2. "Como en casa de uno, en lao ninguno". Lástima que no vaya a ser capaz de fijarlo en mi cabeza...

      Cuando acabé agrícolas trabajé en variopintos oficios. Fue por periodos cortos, de 3 meses a lo más. Uno de estos trabajos fue el de peón de albañil. Lo único que no hacía a disgusto era lo de ir de un lado para otro con la carretilla. Lo cierto es que pasta ya había hecho alguna vez en mi adolescencia, echando una mano en alguna obra de algún conocido o en algún campamento. Pero claro, una cosa es jugar a ser albañil, y otra jugártela siendo albañil.

      Abrazos, Loles.

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