Trabajos de altura

 Se lo presentaron nada más nacer:

- Bueno, pues éste es, ahí tiene usted su cuerpo. Esperamos que lo disfrute y haga disfrutar a otros de él, esa moneda siempre funciona. Esto último lo dijo muy bajito, como si fuera  un secreto, información reservada para iniciados. Ni siquiera sé si llegó a oírlo.

Su preparación para entrar en el mundo consistía en unas horas en una biblioteca virtual. Tenía muchas ganas de verlo después de haber ojeado los mapas ilustrados a todo color y de ver en los libros de Uderzo y Goscinny lo que había entre Obelix y Falbala: Ese magnetismo que conseguía sacarlo de su atracción por dejar sin casco y sandalias a los romanos. Lo que no acertaba a ver era  a qué respondía tanto poderío. Lo mismo era que entre guionista y dibujante había habido un momento de pocas palabras y por eso no lo pillaba.

- Encantada-  le dijo al cuerpo sin prestar mucha atención.

Después de esa breve presentación, se introdujo  en aquel vehículo con prisa por estrenarlo. Ni se le ocurrió pedir  consejos de uso. No podía ser tan complicado, todo el mundo tenía uno.

Los primeros meses fueron difíciles, algún defecto de fábrica y la peculiar manera que tenía aquel cuerpo de comunicarse con sus semejantes, incapaces de leer sus miradas o descifrar con precisión risas y llantos, la pusieron un poco en guardia. Luego consiguió enseñarle a hablar y la cosa empezó a ir más suave. 

A ese cuerpo le gustaba el aire libre. A ella también. A ese cuerpo le gustaba ver hasta dónde podía llegar. A ella le gustaba aprender a coordinar cada músculo, sentir el control de su cuerpo en movimiento. Estaban entonces  los dos encantados.  

A veces se le olvidaba lo de moverse. Ocurría cuando le entraban las cosas por los ojos. El cuerpo no se quejaba porque igualmente quedaba hipnotizado.

Primero fueron luces, colores, formas, el fuego, el color del agua. Le atrapaban y se quedaba embobada. Esto debe ser lo que le pasaba a Obelix, se decía.

Luego fue al colegio. Era fascinante descubrir el orden de los números, las distintas maneras de representarlos,  las propiedades  y operaciones entre ellos. Las relaciones entre los objetos: pertenencia,  inclusión, intersección,... 

Los libros también tuvieron su parcela de quietud, especialmente las tardes de anginas o de lluvia.

Aunque en el colegio no todo era quietud. Los ratos de ensimismamiento se alternaban con las carreras y los saltos a la comba o con la goma elástica en el recreo . El cuerpo, de puro goce, saltaba y corría y crecía. 

Fueron tantos los recreos gozados que se convirtió en  la más alta de su clase. 

Jugó al baloncesto un tiempo, pero a veces veía una parábola perfecta en la trayectoria del balón y se le olvidaba coger el rebote. Tuvo que dejarlo, pero no desperdició su altura. 

En aquella época las parejas de enamorados conseguían un rincón oscuro en el parque a base de tirachinas. Las farolas quedaban lumínicamente mutiladas y como sacar la grúa del ayuntamiento se hacía costoso, la contrataron como reponedora de bombillas. Luego le salió  trabajo de albañil en una empresa de bajo presupuesto, porque con ella se ahorraban los andamios. Hacía comprobaciones de la ley de la gravedad con los ladrillos mellados y le costó el despido. Encontró trabajo como pintora de brocha gorda, pera la vena artística le pudo y cada pared tenía varios tonos de color. Probó suerte con el deporte. El salto de altura se le hubiera dado bien, pero probó el de longitud y la descalificaron por pasarse el foso de arena de una zancada. Ahora creo que anda limpiando tejados y desatascando canalones.

Lo de hacer disfrutar a otros cuerpos con el suyo no sé cómo lo lleva. Lo que sí sé es que no para. Los trabajos de altura son lo suyo.




Comentarios

  1. Un amplio currículum, sin duda. Creo que todos empezamos más o menos igual.

    Abrazo Loles.

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  2. maravilloso tu comienzo y Ernesto tiene razon todos comenzamos igual

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    1. Sííííí, el comienzo así es invitable. Un abrazo

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