Te pido Santuario

- A veces- le dijo a su abuelo- siento que nunca seré capaz. Entonces, durante un momento que se hace largo y duele mucho, quisiera dejar de vivir.

Antes buscaba la lluvia, el viento, el sol. Antes quería encontrar en ellos el significado oculto de su grandeza. En los otros buscaba el fogonazo de la vida, el calor de los encuentros.
-No, no es eso- solía decirme cuando creía haber encontrado la fórmula magistral si más tarde me decepcionaba. - Puede que en parte...pero una parte pequeña.

Busqué en los rincones de la tierra. En las esquinas del agua. En las horas saladas del verano. Busqué en la ternura de los recién nacidos, en el canto de los pájaros, en el sabor del viento. Busqué en los ojos de mi gente, en los sabios de la tierra que estaban a mi alcance. Busqué y cuando caí creí que era yo quien no podía ver. Y se  fueron llenando mis ojos de barro con cada tropiezo. Y sentía que era yo la que no encontraba la salida del lodazal, aunque hubiera sol y agua limpia y aire fresco a ratos del camino, que necesitaba gafas, que los golpes no eran tanto pero que me daban en antiguos moratones,  que no buscaba bien o que no sabía agarrarme a los tesoros que encontraba, porque otras fuerzas tiraban en otra dirección.

Llegaron borrascas mezcladas con horas o días radiantes, la chispa que  decía:
-Busca, sigue buscando.
Me calzaba mis botas catiuscas e iba por  charcos o  veredas, salpicada de barro, pero en camino o avanzando campo a través.


Tiempo atrás, mucho tiempo atrás todo era más fácil. Todo era aprender y obedecer a los mayores. Pero me fui haciendo mayor, fui soltando amarras y lastre, tal vez hasta más del debido y era la Vida conmigo o contra mí sin saber cómo vivirla a grandes sorbos.

Se me quedaron chicas tantas normas... Ya sé que fui de lista. Pero es que no veía, no entendía las claves del momento. No me hablaban a mí. No me movían. Fui como extranjera sin conocimiento del idioma. Lo que entendía me confundía. Me hacía extraña de mí misma. Tal vez me dejé huérfana, naúfraga de mí, palmera solitaria sin oasis.

No sé lo que pasó. Es tan confuso. Sólo sé que por ver si podía ser como parecía lo acertado, viví sin entender ni desear lo que vivía  durante un tiempo, no todo, pero de una forma tan turbia y a veces tan  opaca, que ni contarlo hubiera sabido. O tal vez sí, pero me avergonzaba hacerlo.

La Vida ha sido generosa conmigo. Soy yo la que no sé sacarle partido a lo que tengo. Arrastro tanto lastre... Ya no sube mi globo por encima de árboles ni nubes. Ya no tengo las marcas de los mapas, ni estrellas ni astrolabio que me guarden

Así llegué a que me enseñaran de nuevo a ver la Vida, a saborearla y a meterme en ella de cabeza.
Aun desconozco algún lenguaje. Dialectos del Amor que hablé por gestos, algunos textos antiguos tan extraños...


Luego...luego me acuerdo de que recibo y recibo de lo que me sostiene. Así, gratuito, por generosidad no merecida, porque sí, porque hay quienes saben apreciar sin intereses, por mor de alimentarse de ese cálido abrazo, o ese límite amoroso que reivindican haciéndose y haciéndome valer.

Me equivoqué. No he sabido dar valor a lo que sentía y me perdí en medio del espacio. Allí donde todo es oscuridad y distancia. A veces siento que he perdido el rumbo de la búsqueda. Que mi brújula se olvida de apuntar a mi Norte. Y me siento morir.

No hay culpables o todos somos un poco. No todos saben andar por tu laberinto sin perderse. Y el mío creció con la crecida del río, como jungla selvática, como bosque oscuro.
Estoy cansada abuelo. No sé por qué tuvo que ser todo tan difícil. No sé por qué viví así.
Te encuentro sin necesidad de buscarte en mi hora triste como la niña que fui, callada para no molestar, para no despertar al dragón que vigilaba mi nave.
Me miran tus ojos tiernos y a veces divertidos. A tí, el que siempre buscó en lo oculto, el gran viajero del Espacio, te pido Santuario.



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