La caja mágica

Si tienes la suerte de encontrar la caja mágica, la suya, estás de enhorabuena.
Tropecé como si el Hades se hubiera equivocado y hubiera llamado a mi puerta antes de tiempo. Tropecé y ya nunca me acordaba de los medicamentos de mis hijos, de lo que el médico me recomendaba, de las vacaciones de mis amigos, de los acuerdos  en el trabajo.
Me costaba leer, porque irremediablemente desaparecían los renglones que parecía haber terminado, y cuando pasaba hojas hacia atrás sólo veía borrones de tinta en el papel. La ropa dejó de interesarse por mí y la comida empezó a seguir sus pasos. Tal vez por esquivar tanta indiferencia yo misma empecé a olvidarlos.

Estaba mi memoria ya gritando cuando vi el anuncio de la caja.
No puedo recordar gran cosa de esa época, tal era el estado calamitoso en el que me encontraba. Apenas nada: Que parecía una habitación con un lateral lleno de libros, una lamparita sobre la mesa, dos butacas ligeras. Algún título universitario de algún país remoto: Organizador de recuerdos, grado superior.  Máster en Aprovisionamiento de Datos Olvidados.
Ni siquiera podría decir si era de día o de noche.
Me tranquilizó saber que tenía una gran enredo obstaculizando el normal tráfico de ideas y sentimientos y que aún quedaba algún respiradero por el que poder coger de nuevo el mando de mi memoria.
Me tranquilizó saber que, aunque apenas podía recordar la cara del propietario de tan asombroso título universitario, él sí que podía registrar en su memoria cada detalle que iba apareciendo, cada palabra pronunciada, cada gesto asociado. Que podía recorrer el camino inverso del tiempo cogiendo atajos que él sólo conocía, para llegar al dato que necesitaba y ponértelo al alcance de la mano, que una vez saneado el camino, ya no volvería a enredarse.

Supe, después del trabajo que hicimos juntos, que los libros que forraban la pared de su despacho  no eran sino memoria de otros. Almacenaba allí la de aquellos  que había trabajado con más ahínco o los que le dieron más la lata. Pero no eran los únicos ni siempre los más interesantes. Detrás de la portezuela que daba acceso a la caja mágica, esa habitación en la que vertía las memorias de unos y otros para rescatarlas  justo en el momento en que eran necesitadas, se abría un mundo de cajas llenas de palabras.
Mientras otros necesitaban textos completos él podía unirlas sin necesidad de que estuvieran enlazadas. A veces componía música con ellas. Unas veces tristísima, otras hilarante, casi siempre tierna.  Había descubierto sus tonalidades mayores y menores y producía  música con fibras de  su interlocutor, el cual hacía de caja de resonancia.

Dicen que tuvo un gran maestro. Un pescador de palabras, seres vivos que frenaban la marcha de los barcos por puro desconcierto dejándolos a la deriva. Pero de eso hace mucho tiempo. Ahora podían encontrarse en cualquier sitio, desprovistas o llenas de aromas y sabores, de recuerdos  y sueños o adheridas a extraños materiales que para nada les pertenecían

Las cajas, erguidas como libros, llenaban habitáculos con nombres, y dentro de ellos había cajas aún más pequeñas, algunas organizadas cronológicamente, otras por las relaciones que establecían con otros habitáculos u otros nombres.
- ¿Como una hoja de cálculo?
- Tal vez sea bueno el ejemplo para saber cómo funcionaba su mente, pero el aspecto físico de la biblioteca era más parecido a un hormiguero. Túneles y túneles llenos de libros-caja todos comunicados entre sí, con un sistema de búsqueda que viaja a la velocidad de la luz.
-¿Tan rápido?
- Y más. Pero para que puedan servirte, para poder restaurar lo que no funciona, has de seguir las reglas.
- ¿Las reglas?

-El sistema de entrega de datos es rápido si previamente has alimentado la biblioteca, lo que a veces lleva mucho tiempo. Cualquier dato que falsee la realidad dificulta el trabajo.
- No interesa mentir
- No, ¿cómo podrías  encontrar lo que buscas entonces?
- ¿Es difícil? Quiero decir, es que si no te acuerdas...
- A veces, porque da miedo. Pero si tienes suerte puedes encontrar una mano que te acompañe. Te contaré una historia:

Hace mucho, mucho tiempo, dos amigos se encontraron en los muros de una fortaleza. No tenían qué comer y se colaron detrás de un hortelano hasta la cocina del castillo. Robaron un poco de pan, un poco de vino, unas manzanas... Se escondieron detrás de un mueble esperando a que todos se fueran a descansar. 
Pasó un pregonero anunciando a su señor, que volvía triunfante de una disputa. Cuando se creyeron solos, corrieron con todas sus fuerzas hasta mezclarse con la muchedumbre. 
Al cabo de un tiempo ya se querían como hermanos. 
Uno de ellos recibió el encargo de buscar una pieza muy valiosa. Se hallaba en el interior de una gruta muy profunda y angosta. No se atrevía a pedir a su amigo que le acompañara,  desconocía los peligros, le podía el temor de encontrar a la muerte. 
El otro, sin pensarlo mucho, se lanzó por el agujero y arrastró a su amigo con él. Cayeron chocando con raíces y rocas. Rodaron en la la penumbra hasta la más profunda oscuridad. Sólo se veían los gritos de los cuerpos rebotando contra las paredes, porque en cada golpe una chispa de luz dejaba ver el color arcilloso del terreno. 
Al llegar abajo supieron que estaban uno junto al otro, y juntos caminaron hasta volver a la luz. 


-¿Encontraron lo que buscaban?
- Era imposible. Tendrían que haber vaciado todo el derrumbe en una criba ¿Y cómo vas a poner una cueva del revés?
-¿Qué pasó entonces?
- Encontraron el valor que necesitaban para seguir cada uno su camino.
-¿Y no se volvieron a ver?
- No lo sé. A veces era una caja llena de palabras lo que encontraban del otro. A veces algún texto.











Comentarios

Entradas populares