El interior del lobo

"El interior del lobo no estaba oscuro" ni era la tarde, tarde de paseo. Vinieron volando las sombras de los pájaros y las nubes se hacían eco de la noche. Un viento gris hacía olas en el pasto y apenas si era suficiente con la capa y la capucha. 
Noviembre oscuro y tenebroso en la cumbre del acantilado. Una joven, casi una niña, camina con una cesta en dirección al bosque.

Crujen las ramas bajo los pies de pasos presurosos. El chocar de las ramas, el roce de las hojas le abre los ojos asustados sin querer mirar más que adelante. El campo a solas con los elementos y la niña. Corre ya, casi, hacia la salida cuando una sombra le sorprende. 
Una bocanada corta y rápida de aire  en su boca hasta sus pulmones bloqueados. Ella misma se detiene mirando a su derecha sin levantar la mirada. 
Nada. Un árbol mecido por el viento tal vez. 
Acelera el paso hacia lo abierto. Busca  humo saliendo por la chimenea en la casa pequeña que hay junto a los avellanos.
-Ya está cerca.- Se dice. -Ya estoy llegando.
En un golpe de viento se ve su cara. Mechones despeinados revolotean. La cesta, en las dos manos, ya va cansada.
Muy cerca de la casa ve una figura. Un amigo del pueblo va con su azada.
Es atractivo el mozo: Los ojos grandes,  la sonrisa golosa, la pose calma.
Ella ya va tranquila cruzando el brezo cuando la llama. Sus voces se confunden mientras caminan. El cesto ya no pesa lo que pesaba. Se está haciendo de noche, sale la luna, lunar blanco que escala tras la montaña.
Ve las orejas grandes, nariz tremenda, colmillos afilados, la piel mudada. Es tarde. Ya es muy tarde. Se ha convertido en lobo. ¡Mira que se lo han dicho!...Ella es confiada.
En la luz blanquecina  luchan dos cuerpos. Hay brillo de colmillos y de piel blanca.
Cuando luna se acuesta y el negro inunda, sólo queda una capa  en el camino, una cesta en el suelo derramada. 
El interior del lobo no estaba oscuro. Lo volvió del revés con su navaja.

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