Una cuestión de altura.

La acera está llena de brachichitos. No es muy ancha. Cuando empezaron a ponerse altos las farolas los miraron atemorizadas. Llegaba la noche. Su luz se abría por encima de las copas hasta el centro de la calle, no así a la acera. Es la sombra proyectada de las copas la que lo impide. Ante semejante despropósito, todas a una, han decidido  crecer para evitar que la luz no se pierda entre el follaje. 

Alguien fue con el cuento de la pobre iluminación del acerado al ayuntamiento. El técnico en jardines dijo que son árboles de crecimiento rápido. Enseguida quedaría la luz por debajo de las ramas. Hay tráfico de autobuses en la zona y las más bajas estarán a una altura suficiente para que no tapen de forma significativa el alumbrado público.
Hoy he pasado con el coche. El centro de la calle sigue estando bien iluminado. La acera se sume en una semipenumbra. Las copas de los árboles alcanzan la tercera planta de los edificios. Las farolas han crecido hasta la cuarta. Tal vez hayan perdido el norte. Tal vez no dejaron de regarlas.

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