Representación navideña

Es de noche a las afueras de un pueblo. Debe ser agosto por la cantidad de estrellas fugaces que se ven. Los pastores acampan junto a las ovejas camino del Jordán. Una muchacha en cinta se ha puesto de parto en la caravana y al esposo le han dicho que si no quiere perder el niño que busque refugio donde los pastores. La partera  está muy lejos pero Raquel le ha ayudado en partos difíciles y se queda con ellos. José es padre primerizo y está nervioso. Ella le pide que busque agua limpia, que prepare un fuego donde desinfectar el cuchillo para cortar el cordón. Que haga un colchón para María con la paja más limpia que encuentre. Una tras otra le busca tareas para que no se muera de impaciencia. Que pida un caldero, que lo lave a fondo, que lo llene de agua y lo ponga a calentar para poder lavar al niño cuando nazca…
La familia de Raquel llega con algo de comer y animan a la parturienta. Ya falta poco. José no se va de su lado y los amigos charlan con él del campo, de la lluvia que ya se echa de menos, del precio de la lana, de lo difíciles que se están poniendo las cosas con los romanos, de lo sinvergüenza que es Herodes, de la próxima vendimia…
Hasta que Raquel los echa. Les pide que se alejen un poco, que entre el aire, que le llegue luz, que esto está ya aquí. Se alegra de que María sea tan joven, sea tan fuerte.
La cabeza, un hombro, el otro hombro ya están fuera. Y como si fuera un pez, aparece el resto del cuerpo.
-¡Qué niño tan bonito! ¡Buen trabajo!
Y sus hábiles manos asean y envuelven al niño. Se lo pone a María y la limpia a ella con tanto amor como si fuera su madre.
-         - A descansar. Duerme un poco.
Pero María no puede dejar de mirar al niño y de sentir cuánto le han querido a ella,  y se siente llena de agradecimiento y de energía para cuidar a ese niño que la vida le ha dado.
Van llegando los pastores.
-Por la teta le va- y le dejan un poco de pan, un poco de aceite, un poco de queso, un melón, una sandía…
-Enhorabuena, qué bonito es, a ver si este nos echa a los romanos
-Enhorabuena.  Tiene cara de listo, ¡a ver si nos saca de pobres!
Y así, uno detrás de otro, casi sin querer, vuelcan en ese pequeño infante sus expectativas de un mundo mejor, se ilusionan soñando que podrá conseguirlo, que ellos le van a echar una mano para que lo logre.

Esta escena tan repetida en casas particulares, en hospitales, en poblados primitivos, en cualquier lugar donde nacen niños queridos, es la historia que se nos cuenta estos días. Todos tenemos un poco de esa experiencia, nos es cercana, nos predispone a hacer lo posible para sentir como cuando la vivimos de primera mano.
Luego...llega el tío Paco con las rebajas,  está todo revuelto: la suegra, tu cuñado pedante, tus ganas de un móvil nuevo, los planes que te habías hecho para leer, pasear con tu pareja, hacer una escapada…. todo se te va al carajo porque los compromisos empresariales y familiares te llenan la agenda de comidas y copas hasta las tantas o te has dejado la compra de los regalos para última hora. A ver qué le compras a tu cuñado, con lo poco que lo conoces. O a los niños, que empezaste diciendo que este año no te pasabas de X euros y ahora hasta tú mismo te pareces miserable,  te pones a buscar como un loco regalitos de relleno para que parezca que te has estirado un poco más. La despensa la tienes llena de turrones y mantecados que te llevarás al trabajo porque no quieres engordar más, con la mala pata de que a todos tus compañeros se les ocurre lo mismo y en enero todos engordáis al mismo ritmo que durante las fiestas. 
Y así llegamos al mandamiento que nunca aprendimos, porque lo de aprender no es cosa fácil; Simplificarás las fiestas, que es otra versión del más conocido: santificarás las ídem.
Cuando lo aprendamos, el que necesite alcohol para ser capaz de ser más auténtico, lo veremos como una cuba todas las navidades. El que necesite sentirse el mejor del mundo mundial, aparecerá haciendo grandes obras de caridad y quejándose de lo poco agradecidos que son sus beneficiarios, el que sea contemplativo, no moverá un dedo en todas las fiestas…


Los buenos buenos, los que siguen disfrutando la navidad, los que son capaces de ilusionarse con los pequeños, con los vulnerables, con los amigos, con la vida,  es que siempre lo han sido. A esos les da lo mismo, son capaces de prescindir de lo prescindible y disfrutar de los que tienen cerca ya lo celebren por todo lo alto o con lo mínimo. Al final va a ser verdad lo de que casi nadie aprende nada importante. Porque ¿quién se atreve a celebrarla de una forma más honda, más desnuda, más simple?

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