Juan y Nico

Nico no es muy alto. Tiene el pelo liso, ojos oscuros y boca risueña. Se distrae con frecuencia. No encuentra divertido o interesante lo que sus maestros tienen que enseñarle y pone el piloto automático cuando está en clase. Es fácil poner cara de estar escuchando y dedicarte a escuchar lo que sale de tu interior. El truco es mirar al verde de la pizarra y sentarse ni muy derecho ni muy relajado. Conseguir que tu  cabeza no sobresalga de entre las cabezas que tienes alrededor. Eso Nico lo sabe muy bien.
Mientras más larga es la explicación, más invisible se vuelve.
Aunque también sabe que tiene sus riesgos. Cuanto más se mete en su mundo, más desaparece el real, y si su amigo Juan no ha sacado la regla no puede avisarle pinchándole por detrás para decirle que hay que sacar el cuaderno.

Hoy le ha caído el primer rapapolvos.
-¡Nico!, ¿qué haces?
- Estoy pensando
- ¡En las musarañas! Saca ya el libro de Historia y lee como todos tus compañeros.

A Nico no le gusta leer los libros del colegio porque no entiende bien qué le quieren decir. Como cuando te lees las instrucciones de funcionamiento de un aparato o las reglas de un juego. Se entienden mejor si alguien te lo explica mientras lo hace funcionar o mientras juegas. Él no habla como le hablan los libros, todo se le queda por fuera.

Es observador. Ayer, mientras merendaba, le sedujo una fila de hormigas y el bamboleo de su pequeña carga asida con la boca. En clase ralentiza esa procesión. Vuelve a verla sin necesidad de moviola. Llama al perro de su abuelo, le da parte de su merienda y una explicación científica del hecho.
Otras veces son las motas de polvo que se ven en incensante caída al trasluz de un rayo de sol. ¿Por qué no brillarán cuando están sobre la mesa?
- ¡Nico! ¡Saca ya tu cuaderno!
Y Nico se sobresalta  porque no ha oído que hay que sacarlo, porque no sabe para qué. Cuando lo tiene fuera, ve venir un desfile de hormigas arrastrando su lápiz por el suelo. Se va con ellas pasando por debajo de la puerta.


Juan es más bien alto. Le encanta el colegio. A veces se pregunta por qué contar de dos en dos por los impares es más difícil que por los pares. Le encanta responder cuando el maestro pregunta. No tiene muy buena letra. Es el más pequeño de la clase y le cuesta meterse en la cuadrícula, le parece fea. Esa letra deja unos enlaces tan largos y otros tan pequeños... Pero es muy buen estudiante y le gusta ayudar a los que se quedan atrás. Tiene una norma asumida tal vez por ser el sexto de ocho hermanos: Hay que hacer piña frente a los adultos porque se les ha olvidado cómo era ser pequeño. No pueden entender las diferencias de ritmo y resultan muy desagradables por cualquier atasco o despiste estudiantil.
Juan es muy rápido en el cole pero en casa se queda perdido. Su madre está enferma y a veces grita. Le asusta tanto que se refugia en los libros. El truco es quedarse muy quieto en algún rincón poco visible, empezar a leer y a concentrarse en ver lo que está leyendo. Es ahí donde se queda, en las historias que le cuentan los libros. A veces no oye que lo llaman a merendar. No está Nico para darle con la regla por detrás.  Son muchos hermanos y él a veces se esconde siendo uno más del montón. ¡Qué pena que se están yendo a otros barrios todos los niños de su edad, sus mejores amigos!


A la vuelta de las vacaciones de verano Nico sonríe al ver a Juan.
Cuando el maestro lo pone delante de Juan a los dos les bailan los ojos.



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