La jefa

Estaba guardando la compra en el coche cuando los ví. Ellos salían del parking en el suyo. Ella, una morena imponente. Él, calvo y bajito. Me quedé derretido  y disimulando.
Ella me hablaba como si me conociera de toda la vida y provocaba que yo hiciera lo propio, pero en cuanto  desaparecía  yo volvía a mi ser, me parecía fuera de lugar tomar yo la iniciativa de cualquier conversación trivial, al fin y al cabo ella era la jefa. .
-Todos los calvos tienen suerte- pensé.- Deben ser atractivos para las mujeres. Será porque les confiere un aire un poco intelectual, ¿o eso eran las gafas?

Nadie en la oficina sabía gran cosa de ella, excepto que era atractiva, muy atractiva. A parte de sus medidas perfectas, gran parte de su atractivo se debía a que le gustaba hablar con los empleados sobre cualquier cosa. Te podía decir, por ejemplo:
-¿Tú crees que a los hombres les ponen los tacones porque te dejan a igual o más altura que ellos? Si yo fuera hombre querría relacionarme con alguien de mi altura, medirme en un cuerpo a cuerpo más ecuánime, no sentir que te acuestas con tu hija... aunque a lo mejor lo que os seduce es la longitud interminable de las piernas de una madre, cuando aun estáis en edad de desearla sin tapujos
Y yo, desgraciado de mí, me la imaginaba desnuda entre mis brazos.
-Por Dios, Rosa, no me digas esas cosas que yo me las imagino-
-Pues por eso te las digo, bobo- me contestaba- quiero que me des una respuesta convincente, pero ahora no, que tu compañera te está haciendo señas para que te pongas al teléfono.

También sabía resolver problemas que los técnicos de las últimas instalaciones realizadas no conseguían desentrañar. Iba para atrás en el procedimiento, paso a paso,  como el acero inoxidable, sin alterarse, hasta que subía una ceja y decía "¡te pillé!". Los técnicos respiraban tranquilos y se deshacían en halagos que Rosa aceptaba metiéndoles bulla para que se pusieran manos a la obra y amenazándoles con quedarse parte de su sueldo si tenía que volver a intervenir.

Nadie en la oficina sabía gran cosa de la jefa porque llegaba la primera y se iba la última. La oficina no llevaría abierta ni dos años y los que trabajábamos allí habíamos ido llegando con contratos de obra y servicio. Ella era la veterana y a veces era muy difícil imaginarla fuera de esas cuatro paredes.

Y yo quería saber más.

La buscaba en internet con el prurito de un adolescente que sigue a escondidas a su enamorada. Cuando menos me convenía se me había pasado una hora buscándola por facebook entre las listas de amigos de sus innumerables conocidos.
La buscaba en twitter, porque un día dijo que era un buen recurso para leer las últimas novedades técnicas. Según ella toda la información de bibliografía y referencias de última hora estaban ahí. Pero en twitter no econtré ni rastro de ella . Podía ser cualquier Rosa y a la vez ninguna.
La buscaba en las imágenes de google, porque yo esperaba que una persona tan brillante fuera un poco una eminencia, alguien ávido de dar a conocer su saber. Lo más parecido a su silueta fue una foto a contraluz en la portada de un blog. Pero el autor del blog (hombre él) se ubicaba fuera de este país, ¡qué rabia!
La buscaba entre la gente de la calle cuando viajaba en autobús. No sé por qué pensé que la vería saliendo de un gimnasio o de alguna tienda cara del centro.
La buscaba cuando iba a casa de mis suegros si era la hora de salir de la oficina, su hora, que yo sólo estaba contratado media jornada. Y a cada morena imponente que veía de espaldas, se me aceleraba el corazón. Corría un poco como si estuviera a punto de perder el autobús y al llegar a la altura de ella,  de la decepción me venía abajo.
-¿Y si hubiera sido ella? - Me preguntaba mi amigo Andrés.-¿Qué le hubieras dicho?
- No quiero ni pensarlo. Si hubiera sido ella...habría corrido más, le hubiera dicho: ¡adiós Rosa,  hasta mañana,  llevo prisa!
-¿Y ya está? ¿Tanta investigación, tanto reconcomio sólo para eso?¡No tienes remedio!
- Siempre habla un lisiado. ¿Quien fue desde Torremolinos a Benalmádena descalzo detrás de unas tetas?. Permíteme recordarte que cuando conseguiste mirar hacia arriba tus tetas tenían barba y bigote!
- ¡Ay, vaya, qué decepción! cuando se lo conté a mis primos se morían de risa. Pero era un chaval, en cambio tú...¡Invítala a unas tapas y déjate de misterios!
- ¡Si es que me parece que no le llego ni a la altura del zapato! Además, de esto ni media. Si mi mujer se enterara me estaría tomando el pelo el resto de mis días y me revienta que siempre lleve razón la muy bruja.
- Es que eres transparente. Que no te quepa duda que sabe que te gusta.
- ¡Pues yo no le dejo pistas! Mi mujer, cuando se asoma al despacho y  me ve con cara de concentración en el ordenador, se va sin hacer ruido. Luego borro el historial...Antes me daba cargo de conciencia, pero me podía la tentación de la búsqueda. Confieso que ahora se me está pasando...
-¡Será el cargo de conciencia, porque lo de la tentación está claro que todavía no!...Hasta que te mande a la mierda, que será ya mismo porque no es tonta. Tienes mucha cara, ¿o es que ya no la quieres?
- ¡Claro que la quiero!. Es que ella tiene tanta paciencia, se encarga tan bien de todo, aunque me escaquee un poco no se va a notar... Además, es que no lo puedo evitar. Me atraen las tías buenas. Debo ser muy macho, o muy corriente, yo que sé.
- ¿Coriente? ¡Haberte casado con una bombilla!
- Deja ya de pincharme y ayúdame a encontrarla.
-Te sabrás el apellido por lo menos, ¿no?
- García Pérez. No es que sea sueca.
- Pues eso y nada...Mira, es que yo no sirvo para detective.  Además me voy ya, que he quedado con Julia.

Andrés me dejó sólo en aquel bar impecable de zona nueva. Sus mesas cuadradas y sillas de diseño le daban un aire bastante impersonal, casi desangelado, era casi un otro yo y opté por tomarme otro café para celebrar la triste coincidencia.
Me acerqué al mostrador para pagar e irme. Tenía el coche un poco lejos y se estaba poniendo muy negro. No solía ir por las tardes a la oficina, pero por la mañana me quedaba muy poca batería en el móvil  y se me había olvidado enchufado.
Tras la plaza desierta se veía una pareja paseando. Cuando empezó a llover estaban aun lejos de la puerta. La heladería que probablemente buscaban estaba cerrada por obras y no había nada más abierto. Él apenas podía caminar y optaron por no hacer tragedia. Se metieron debajo del tobogán muertos de risa y en cuanto pasó la tormenta de verano, se sentaron en un banco.
Yo los ví tras los cristales del bar muerto de envidia. Hacía mucho tiempo que no me reía con mi mujer. Últimamente todo nos molestaba. A mí me molestaba que me discutiera casi todo. ¿Tanto había cambiado que ya nada de lo que yo pensaba le hacía gracia?
Es verdad que yo había pasado de ser de extrema derecha a ser de izquierdas, que había despreciado a los meapilas que pasaban por ser sus amigos,,, pero ¡todo el mundo cambia! ¿Cómo podía vivir yo con un ser sin sangre, al que le molestaba  que yo me alterara por el tráfico más que por cualquier otra cosa?

¿Que mi mujer iba a dejarme? Andrés tendría que conocerla mejor. Lo mejor que tenía es que nunca se quejaba y si lo hacía..., yo no le hacía mucho caso, una técnica que hasta la presente me daba muy buen resultado.


Al salir a la calle un calor húmedo me hizo sudar y para evitar las odiosas sobaqueras separé los brazos del cuerpo. Mi sombra y la desierta hora de la siesta  me recordaron a las películas de vaqueros. Tanto me entusiasme que separé también las piernas un poco, avancé contando pasos y al que hacía diez me giré para disparar a mi adversario.
- ¡Hombre Rosa! ¿Pero qué haces tú por aquí con la que está cayendo?- Me quería morir.
- Me acabo de tomar un café, forastero, que yo también trabajo por la tarde.
-Me has pillado haciendo el tonto.-le dije, porque hacía nada había descubierto que era peor disimular- Pues yo voy a la oficina. Me he dejado el móvil. ¿Te llevo?-
Nada más decirlo me acordé de la última mancha de helado en la tapicería y de la arena en las alfombrillas del último fin de semana en la playa.
- ¡Sería estupendo, con este calor...!
- ¡Vaya! ¡Pues no va a poder ser! Me acabo de dar cuenta de que me  he dejado las llaves en casa. Lo siento Rosa, tengo que volver a por ellas. Tengo que hacer la compra y recoger a los niños, que mi mujer está hoy de curso.

- ¡Pero si las tienes en el bolsillo de los vaqueros! ¿No es ese el llavero de un coche?
- El calor, que me tiene derretidas las neuronas. Ale, pues vamos. Te advierto que puede estar un poco sucio...los niños ¿sabes? ¿Tú vives por aquí cerca?
- No, no, yo no. Mi novia es la que vive aquí al lado....¡Vaya cara has puesto Enrique!
- Es que creía que estabas casada.

No me preguntes por qué. Aún sigo buscando en internet por si encuentro su rastro.



















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