En los parterres

Ha llovido gordo, de gotas gordas quiero decir. En cuanto se puso negro mi coche sacó el paraguas. No se lo puedo reprochar. Durante la última tormenta se compadeció tanto de los charcos que los invitó a subir. Los escondió debajo de las alfombrillas y en el maletero.

Había pasado unos días fuera y al abrir la puerta para cogerlo me sorprendió una nube que empañaba los cristales por dentro. El agua acumulada  intentaba inútilmente escapar por el parabrisas.

Me costó dejarlo abierto de par en par, (además de sacar y limpiar las alfombrillas), tres días con sus noches. Le reñí un poco. Más bien todo lo que pude:

-¿Pero quién te has creído que eres? ¡Menudo abogado de causas perdidas estás hecho! ¡Me has fastidiado pero que bien! ¡Habrase visto! ¿Y ahora cómo voy yo a llevar el cargamento de libros que tengo pendiente? ¡Menudo petardo! ¡Qué manera tan tonta de dejarme tirada! ¡No, si la tonta soy yo! ¡Lo que tengo que hacer es venderte ya!...

Así que ha sacado el paraguas y me ha dado hasta pena. Se ve encogido ahí debajo intentando no mojarse, no ver el agua.

Se ha puesto tan mohíno que he bajado corriendo. Lo he llevado a la sierra, el limpia bailando de contento. Corre la lluvia ladera abajo pero también debajo de la alfombra. No lo puede evitar, es como un niño con botas catiuscas. En cuanto ha escampado me he puesto manos a la obra para achicar con trapos.

Ya me lo advirtió su antiguo dueño:

-No aparques junto a los jardines. En cuanto conectan los periquitos se hace el loco y se mete él solo en los parterres.