Diagnósticos

Roer cerezas, luego los huesos hasta el desgaste del sabor.

Las aceitunas fueron primero. Pero entonces escaseaban los aperitivos. Era un intento de que duraran hasta la hora de la comida. Lo de las cerezas era más fácil en temporada. Lo más difícil era digerir los huesos tragados. Vomitonas los expulsaban compulsivamente. Tal vez la culpa era de la temperatura a la que cogían las cerezas enroscados a una rama.

Luego, las películas del oeste tuvieron la culpa de que se aficionara a chupar guijarros salados de la playa. Quitaban la sed, o eso dijeron en la película.  Se le endurecía el esmalte de ejercitar los dientes pero las piedras no conseguía mellarlas.

A falta de huesos, cuando estudiaba,  roía ideas hasta dejarlas bien afiladas, libres de chicha que deformara su corazón más consistente. 

Puede que se le dieran bien los problemas por su forma de roerlos, no dejando mas que datos y operaciones. Fuera explicaciones superfluas, que a ella qué le importaba que hubiera sido el abuelo el que dio los caramelos o que fueran de menta, Que el tren que se cruzaba fuera a Barcelona o que la parábola descrita fuera de bola de cañón o de munición nasal.

De noche roía sueños. En su casa, al oírla rechinar los dientes, le daban jarabe para las lombrices. ¡Como si esas tuvieran algo que roer!

No era  rumiante. Repulía todo lo que se ponía a su alcance, tanto material como inmaterial. No volvía a lo mismo pues nunca quedaba igual después de la primera media hora pasándole el filo de los dientes reales o metafóricos.

Se fue haciendo vieja y empezó a comer huesos a ratos perdidos. Sus propios huesos, por no tener más a mano otro material que roer. Le diagnosticaron osteoporosis. Deberían llamarlo roedorporosis o abulia del roedor. Pero... ¡Tiempo al tiempo!

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares