De feria

 ¿No te lo he contado? En la primera feria que recuerdo tenía tres años recién cumplidos. 

Por aquel entonces la feria se montaba en el Paseo de la Victoria. Era de las pocas ocasiones en las que bajábamos juntos al centro. Seguramente porque mover a cinco niños tan pequeños (aún no habían nacido los dos últimos) requería ciertos malabarismos.  El mayor tenía  8 años.  La pequeña, aún un bebé, se debía quedar en casa o al menos yo no recuerdo  el cochecito con capota que usaban para sacarla de paseo. Me acuerdo, sí, de la fila de niños cogidos de la mano. En un extremo mi madre. En el otro estaba yo dando mi mano derecha a la tata. Los mayores solían subirse en los caballitos y después,  todos menos mi madre que se mareaba, en el tren de la bruja donde la tata arrebataba la escoba casi siempre. Alguna vez mi madre tiraba al blanco o pescábamos patos de los que siempre llevan premio. Acabábamos con una rosca de churros en el puesto de los sevillanos, que ponían en la Puerta de Gallegos.

Me veo andando contenta  por un suelo polvoriento. Me sentía tan mayor que le pedí a la tata que me soltara. Total, era seguir andando hacia adelante ¿Quién no sabe hacer eso?

No había mucha gente y supongo que la convencí  para que me dejara un momento. Seguí andando con sensación de felicidad lo que me pareció un buen rato. Después me veo llorando, la boca muy abierta, la cara contraída, y un poco después dando hipidos de la pena tan honda. Dos señoras de mediana edad, hermanas, me recogieron. 

En las tómbolas había altavoz y era frecuente oír entre el  ruido de fondo  "Se ha perdido un niño de unos cinco años. Dice que se llama Rafa. Lleva pantalón corto celeste con tirantes  y blusa blanca". Allí me llevaron. Una de ellas, la más joven, tenía el pelo corto, vestía de oscuro con un jersey de punto ajustado y falda de tubo. No me soltó la mano y me miraba siempre sonriente. Me acuerdo de estar sentada, llorando a moco tendido, encima del mostrador.

Empezó la cantinela: "Se ha perdido una niña morena, con el pelo corto y falda de cuadros, de unos tres años..."

Tres puestos más allá mi madre, la tata y mis tres hermanos hablaban con el dueño de otra tómbola. Para mi madre el problema era si anunciarme por mi verdadero nombre o por el de María Dolores Fernández Cruz, que era como a veces me llamaba mi tata por algún personaje de la radio. No hizo falta. Alguno oyó el anuncio de la niña perdida y mi llanto. 

La siguiente feria fuimos sin mi madre, embarazadísima del sexto, con una niña de dos años y otros cuatro más. La tata nos sentó en una caseta  después del consabido viaje en el tren de la bruja. 

- ¿Ya está tata? ¿No vamos a pescar patos?

- Nos vamos a tomar unas gambitas, que eso también se hace en la feria.

Nos sentaba alrededor de una mesa de madera plegable y unas sillas idénticas, demasiado altas para que mis pies llegaran al suelo. La decepción se descolgaba de un salto por nuestras sandalias.

Luego llegaba el mozo que se paseaba entre el público con una bandeja colgada al cuello vendiendo camarones. Nos compraba un cartuchito y se nos pasaba la pena con la novedad.

Comentarios

  1. Beautiful blog. Jeje.

    ¿De verdad que te perdiste? El que en mi familia se perdió, fue mi hermano. Si problemas encontró el camino de vuelta a casa de mi tía. Pero mi madre tardó horas en encontrar el camino de regreso hasta mi hermano. Cosas de entonces, en que no había móviles. Apenas recuerdo de aquello más que la cara desmoronada de mi madre.

    Qué bien que hayas retratado la feria. Curiosamente, estoy leyendo ahora "Feria", de Ana Iris Simón. Ella tiene el privilegio de poder contar la feria también desde el punto de vista de un feriante. Y la otra feria, la de España, la cuenta con la mirada de una escritora inteligente. Por cierto, su hermano también se perdió en un centro comercial, y dice que dio un nombre de niña a los que lo encontraron.

    Bueno, un abrazo, y que siga la feria. Yo, ya sabes, soy más de circo. Romano.

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    1. ¡Vaya que sí me perdí! ¡Con lo contenta que yo iba y mira cómo acabé! Cuando fui un poco mayor y contaban la anécdota me ponía muy digna "¿¡Pero cómo no iba a saber yo mi nombre!?" ¡Se ve que no me veían muy espabilada! jjjjjjjj
      Un abrazo Miguel

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