Bocaluz

 Temprano, a la hora en que los mayores ya están trabajando y los niños grandes están en la escuela, se pasea por la casa solitaria. Finales del otoño. Apenas llega al poyete de la ventana, pero si no está muy cerca puede ver el caqui, el platanero y el limonero que están entre la casa y la huerta.

La luz tiene un brillo especial que no puede dejar de mirar. Le llama con voz de sorpresa: ¡Ven, ven! ¡Mira!. Le enseña todos los colores limpios: los rojos gloriosos de las hojas en sombra, casi llamas danzantes cuando les da el sol. La oscuridad del tronco, el amarillo-verdoso del limonero más al fondo, el verde,  verde, verdeclarito de las hojas del plátano que nunca dio fruto. Aquí delante, muy altas, muchas tostadas color de frío encogiditas, del falso plátano. En medio el aire, con sus rayos llenos de pequeñísimas motas que nunca llegan al suelo.

Se puede decir que fue abducida por la luz. Porque desde aquel día no recuerda su nombre. Sólo que es Bocaluz. Su comida preferida está más buena al sol. Habla con ella. La luz. Con la niña. y ella le sigue el juego.

A veces pasan días sin acordarse una de la otra. La luz juega a esconderse o le manda mensajes morse desde la esfera de algún reloj. Ella pinturrejea en su memoria lo que le enseña. 

Le gusta recibir la mañana. El sol se pone colorado cuando lo mira. Se quieren. Ella le busca en sus reflejos cuando ya alto no puede mirarlo a los ojos. Antes lo hacía. Apretaba fuerte los párpados y volvía a verlo ahí dentro. 

- Lo que estás viendo es una quemadura. No lo hagas más. Daña la vista- le decía su abuelo.

Ahora ha aprendido a ver la luz en cada reflejo.

La ve en el restaurante, donde quedan a la hora del almuerzo. El camarero no siempre está a la altura. Como la semana pasada:

- Un plato de verdes, rojos y púrpuras. Salsas aparte, por favor.

Cuando lo ve acercarse con un solomillo al punto con guarnición de verduras, se pone colorada.

- No, no. Perdone. Lo siento. No como carne. Ha sido culpa mía. No sé por qué no lo he dicho con el otro nombre. Me refería a la remolacha y los rabanitos de la ensalada de la casa. La aliño yo. Me gusta ver el hilillo brillante del aceite, la sal desapareciendo al absorber el agua a su alrededor.

El camarero se va refunfuñando. Es nuevo y no sabe los gustos de los clientes. La culpa no ha sido sólo de ella. Creyó que era un comensal de los que se las dan de entendidos. De esos que dicen que el vino tiene aroma de avellanas con fondo de grosella y cosas por el estilo.

El café solo, solo, solo. Sin azúcar ni edulcorantes. Como un pozo diminuto. Con lo que queda en el fondo siempre pinta algo en el mantelito de papel. Esta vez ha sido la cara de la cajera. Los labios sangre de vino.

Luego, en la calle, congela la imagen de dos niños jugando a pillar. 

Hay días que le reta mientras charla con los amigos. 
- Atrápame.
Y ella la busca en el brillo de los ojos, en la punta de la nariz, en la barbilla, en la frente.
-¡Te tengo!
Esos días, si se pusiera, sabría pintarlos. O eso dice. Del dicho al hecho... ¡Qué más quisiera!

Bocaluz no habla mucho con la luz, pero la siente. Debe ser que se empeñó en meterla en su memoria y a veces se le escapa por las venas. 


Comentarios

  1. cuando escribes brillas
    pones letras
    comas
    palabras
    hablas
    escribes
    no cuentas
    Y te leemos con amor

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  2. Tus vibras son buenas siempre
    Tienes luz adentro

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  3. Luminoso todo. Incluso el pozo diminuto (qué bueno, ese pozo).

    Se te coló el formato, no sé si de Word, en el corta y pega, a partir de "Cuando lo ve acercarse". Soy un pejigueras, lo sé, pero es que Bocaluz se merece un traje mínimo.

    Un abrazo, Loles.

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