El guiño del alfarero


Carpinteros, herreros, cristaleros,  no cesaban de entrar y salir con medidas, modificaciones a las medidas, ajustes de última hora. El alfarero iba enlosando poco a poco la nave. Estaba quedando digna de una catedral. 
Se estaba rematando la obra de la iglesia. 
El hedor de las letrinas se sumaba al de las inmundicias que los animales iban dejando a su antojo. Perros, gallinas, ovejas y hasta algún que otro pavo corrían entre los niños y el resto de trabajadores.
El maestro cantero cercó la obra en cuanto pusieron las vidrieras y dio orden expresa de cercar el edificio tres metros a la redonda para desmontar los andamios que quedaban, retirar materiales deteriorados, sellar las letrinas abiertas para los trabajadores y comenzar la limpieza del terreno. El arcipestre había concertado una misa solemne que concelebraría  el obispo y todo el clero de la zona antes de finalizar el año 1535 de Nuestro Señor.

Tiago sabía que todo tenía que estar a punto, que todo había de estar perfecto. Su mujer había perdido el niño. Cuando le avisaron fue corriendo a la casa. Las vecinas habían avisado a la partera pero no se pudo hacer nada más que salvarla a ella.
Floqui, su pequeño terrier de pelo duro, se convirtió en su sombra. Para el gran día ya estaría repuesta. La cogería del brazo, se sentaría a su lado. Le tenía reservada una pequeña sorpresa.
Estuvo a punto de desecharlo cuando uno de los andamios cayó sobre uno de los perros del guarda. 
-Ni uno en el recinto- fue la orden
¿Y si a Floqui le pasaba algo? Lo pensó mejor y reservó aquel ladrillo con sus huellas como recuerdo.
Se cerraron las puertas de los patios y sólo mulos, caballos y bueyes quedaron al aire libre para terminar las faenas. 

Al llegar el gran día el aire olía fresco en la puerta de la iglesia. Los habitantes de Torrenueva se congregaron con sus mejores galas en la puerta Sur de la parroquia de Santiago el Mayor.
Ana y Tiago cruzaron el umbral santiguándose. Él la condujo hasta un banco ubicado en la zona central, junto al pasillo. Ella, al ver la losa, se levantó levemente el velo y le lanzó un beso.

Comentarios

  1. Qué bueno! Siempre quise dejar mis huellas en algún lugar así, como cuando hacen las aceras. Algún día lo haré.

    Besos

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  2. interesante aunque no termino de entenderlo Debo ser yo que de madrugada funciono lete
    besos y abrazos

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