En busca del horizonte

Navegó en busca del horizonte. Cuando llegó a la otra orilla del mar tuvo que seguir a pie, porque su meta se hacía inalcanzable.
Por el camino fue conociendo los acantilados de las Siete Hermanas, el paso de los Gigantes, cruzó el Atlántico, cruzó las Rocosas, las llanuras del Norte de América, el Cañón del Colorado. De tanto andar llegó hasta el Pacífico. Le pareció que tenía un azul hermoso y se lanzó a sus aguas. Contrató un velero con la tripulación mínima. Navegó hacia el Sur por ver si en otras latitudes podía alcanzar el famoso límite del orbe.
El caso es que a veces, de no conseguir llegar nunca a la meta, se hacía el remolón y viajaba inspirado más por los colores que por el ansia de saber qué pasaría una vez en esa línea tan fina que dividía el mundo visible del ignoto.
Costeando la América latina vio morados profundos, naranjas y rosados a los que no se resistía. Las noches sin luna le hacían sentirse muy pequeño, pues su barco era apenas  mayor que el brillo de alguna de las estrellas más hermosas.
Entonces se ponía filosófico y poeta y era una delicia acompañarlo en su viaje.
En los días de calma chicha apretaba los dientes y cantaba. Ni por esas convocaba a las tormentas. Era su desesperación desesperada pues creía que nunca avanzaría hacia su objetivo y contagiaba de un pesar muy pesaroso. 
Lanzaba a los barcos a motor que se acercaban por si estuviéramos en peligro, la pregunta en todos los idiomas que chapurreaba, como si el saberlo pudiera conjurarlo, atraerlo, hacer que se moviera.
-Where's the wind? Où est le vent? Dov'è il vento? Wo ist der wind. Onde está o vento? ¿Dónde está el viento?

Yo intentaba que pescara conmigo. Esos días no tomábamos sopa con las raspas. Era tal la abundancia de doradas y lubinas que el único problema consistía en que se acabaran las verduras de la bodega y tuvieran que ser siempre cocinadas de la misma manera.
Cuando  la calma se alargó y yo mismo perdí la esperanza, me esforcé en registrar cada especie que aparecía en nuestro campo de visión. Un pequeño cuaderno en el que garrapateaba las medidas, el color, el día avistado, y un boceto muy rústico, por no decir grosero del espécimen en cuestión. Aún conservo aquellas notas que luego se ampliaron los días de bonanza

Todo pasa, y después de la calma llegaron tormentas que añadieron actividad al ocio forzado. Se animaba, renacía, volvía a la carga.
-¡A por el horizonte!
Y allá que íbamos, a por cualquier horizonte.
Hubiera seguido su viaje, pero se enamoró en alguna isla del Pacífico.
-Total el horizonte no existe. ¡Lo tengo más que comprobado!- Se dijo para quedarse más contento.
Ya muy viejo sacaba su sillita. Se sentaba en la puerta de su casa y esperaba la puesta  de sol. Sonreía. Saludaba como a un viejo amigo al que esperaba cada día, antes que el sol lo raptara al esconderse.


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