Piruetas (microrrelato)

Era jefe de pista. Tenía un circo pequeñito, casi doméstico, pero nunca firmaba nada. Cuando había que contratar a alguien, o hacer mudanza, y ya se sabe que los circos se mudan con gran frecuencia, o firmar cualquier documento, llamaba a la contorsionista.
Ella agarraba el boli con los dedos de los pies. Trepaba por su bastón de equilibrio y así, como a cámara lenta, iba dibujando con todo su cuerpo la firma del propietario.

Luego llegó un funambulista que "firmaba las actas del circo con piruetas". Mucho más ágil. Fue la muerte de la contorsionista, convertida así en muda para siempre.

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