La casa del jardinero

Plantó la calle de plataneros de sombra, un huerto con naranjos y limoneros, un jardín con un pino y un abedul, un tilo para los nervios, una mimosa para hacerle cosquillas con sus flores, bambú para hacer cañas de pescar bogas y un sinfín de naranjos amargos delimitando el espacio. Quedaron dos jardineras elevadas rodeando los pies de dos olivos antiguos que no pudo arrancar porque le parecieron bellísimos (primos del árbol del paraíso, algo tuvo que ver en eso). A uno lo engalanó con la flor de la pasión que se abría con descaro frente a la puerta principal. Un ginkgo creció abanicando el porche de la casa con sus hojas. La glicina los llenaba de su perfume dulzón y en invierno el majuelo daba manzanitas rojas para el belén.

Más tarde. Mucho más tarde, conoció los aguacates. Puso entonces uno que creció junto a la parra y el chopo. Aunque a ése lo cambiaron por un albaricoque. La fruta, está tan buena...

Pasaron muchos años. Sus hijos crecieron. Se casaron y él vio a los hijos de sus hijos, y hasta a los hijos de los  hijos de sus hijos, y volvió a montar en bicicleta. 

Creció el pino por encima de todas las casas. Derrotó al de la falsa pimienta con sus bolitas rosas arracimadas. Y aunque él murió poco antes que el gran pino, siempre lo buscó la casa, siempre lo quiso.

La tristeza mató a dos limoneros, que enfermaron con él por acompañarlo. De luto también la casa con su muerte.  Las raíces de los plataneros se enteraron. Las raíces de los amargos, lo supieron. Las raíces del tilo se dieron por enteradas. Hasta el aguacate hizo una trama de raíces que se unieron a las del albaricoque,  el jazmín y los cítricos de la parte sur de la casa. Los desagües se aliaron al proceso regando  la red subterránea. 

Cuando llevaba algo más de tres años desocupada  empezó a elevarse lentamente aupada por tan suculentas piernas. 

Hubo un confinamiento en el que nadie deambulaba por las calles de la zona. Ni los vecinos se asomaban más allá de la puerta principal a la hora del aplauso. 

Las casas colindantes pensaron que estaba nublado cuando su sombra empezó a cubrirlas. 

Una noche de luna menguante el búho que habita en la calle más bonita de la ciudad ululó con un canto distinto. Yo creo que fue de despedida y de consuelo. 

La casa, propulsada por aquellas columnas vivas, se izó hasta más allá de las primeras nubes. Perdió fuerza la gravedad que se hizo la sueca con un guiño cómplice, y se fue perdiendo en el azul. Pero antes de hacerlo... Se oyó una puerta. Sin duda las corrientes. Se iluminaron las ventanas. Su antiguo inquilino encendió la chimenea. Dicen que hace frío en las alturas. Seguro que está leyendo un libro de trepadoras al calor de la lumbre.

Comentarios

  1. ¡Seguro!

    Pues vitalidad y cultura floral parece disponer. Tal cual la autora de este cuento, a quien la originalidad y el atrevimiento literario la hacen heredera de jardín y casa semejante. Y ya puestos, viaje interestelar el día de mañana. (Que Dios la guarde muchos años. No vayamos a liarla por cuatro palabras mías.)

    Abrazos Loles. Ya empezaba a inquietarme por tu ausencia. :)))))))

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    1. Gracias Ernesto. He estado con asuntos nada interestelares: buscando muebles, de bancos, de mudanza. Ya mismo completamente instalada. Un abrazo fuerte

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    2. PD También de fontaneros. Las raíces invadiendo bajantes...

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  2. Me gusta lo que dices cuando escribes
    Me dejas nadar en tus pensamietos
    para que no me ahogue mientras disfruto de tus palabras
    hay sol en Miami y luz dentro del alma del momento

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    1. Disfruta del sol! Aquí por fin ha llegado la lluvia! A ver si no para más que a la hora del recreo!.
      Un abrazo fuerte Mucha

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  3. Buen día mujer instalada...

    Pues sí, ya de niño me planteaba ciertas preguntas... Siendo un niño natural, como la inmensa mayoría de aquellos años, ya había cierta inclinación a la introspección. Si bien no creo que me quedase en reflexión alguna. Lo "natural", no requería explicación alguna. Solo ver y aceptar. O algo parecido. :))))))

    Abrazos Loles. Bonito finde.

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