Memorias de una ballena

Nació al principio de su vida. Menos mal, porque hubiera sido un susto de de muerte haber nacido en medio, de cuasi adulta. Y como era el principio, no tenía ni idea de nada.

En cuanto subió a respirar vio que su madre lanzaba una gran chorro de agua por el espiráculo, y creyó que la respuesta más adecuada a ese no saber era esa. Así que, en cuantito algo se le atascaba (una explicación o un nombre en latín que le tardara en llegar), resoplaba lanzando un gran chorro de agua o, si le pillaba bajo agua, una buena cantidad de burbujas.

A las otras ballenas les parecía una ordinariez. Porque es bien sabido que las ballenas educadas no resoplan por nada, sino que dicen en lenguaje balleno, ese que suena como gritos de sonar un poco triste, que no pueden contestar.

Filomena, que así se llama la pequeña ballenato, no puede entender por qué la miran con esa cara. Es decir, lo que entiende no es lo que significan esas miradas. Ella, alegre de carácter y un poco ingenua, cree que le dicen, "nosotras tampoco sabemos nada, investiga".

No es de extrañar que con esa interpretación Filomena se sacara el doctorado en "Morsas y otros seres de grasas generosas" y después se sacara un máster en "Presión interna de las burbujas al pasar por las barbas de ballena".

Tampoco es de extrañar que siguiera resoplando toda su vida y llegara a hacer unos resoplidos presssiosssosss aunque su cara fuera en esos instantes un poema tragicómico. 

Nunca la llegaron a tomar en serio. ¡Y mira que sabía!

Murió al final de sus días para no alterar más el orden ballenero, con un gran bufido. Algunas pensaron que lo hizo sólo por dar la nota.