De narices y otras singularidades

Algunos dan paseos a la cocina, abren la nevera como buscando inspiración y pican o toman cualquier cosa. Otros se tragan lo que pongan en la tele, se enchufan a la Play o consumen solitarios de naipes haciéndose trampas para ganar. Hay quien se enrosca un mechón de pelo en un dedo y le da vueltas sin parar, quien se toca las pestañas compulsivamente o quien se lanza a cualquier lóbulo de oreja, propio o ajeno.

Ella se hurgaba la nariz desde su tierna infancia. Moldeaba  con fruición perdigones de moco seco. Los lanzaba con un pequeño papirotazo y volvía a empezar. El más mínimo relieve sobre su mucosa le producía un prurito del que no podía escapar.

Al principio eran solo las aletas, pero al cumplir los seis años empezó a sentir que se le quedaban pequeñas, que podía llegar más lejos. Las ínfulas exploratorias se la comían viva y al cumplir los diez años ya se alcanzaba el entrecejo desde el interior de su nariz.

Nunca sabremos si lo hubiera tenido poblado de vello. Su habilidad para detectar cualquier irregularidad se afinó tanto, que me arriesgaría a afirmar que rascó todo folículo piloso que encontró a su paso. La forma más bien chata y corta  favoreció, sin duda, este tipo de operaciones que fue ganando intrepidez y hondura.

Ya a los catorce, los cartílagos de su nariz adquirieron consistencia chiclosa. (Técnicamente hubiera tenido que decir que tenían una elasticidad y blandura fuera de lo común. Es licencia que me permito como médico forense que estudió tan curioso caso, en un intento de ser más gráfico).

A los veinte hacía los exámenes con facilidad pasmosa, pues si de algo no se acordaba llegaba hasta el lóbulo frontal, rascaba un poco como rebuscando, y conseguía sacar en una pantalla mental cualquier fragmento que se hubiera estudiado.

Consiguió así aprender y hablar muchos idiomas que hablaba con voz más bien nasal. A saber si tenía los cornetes  deformados.

En su edad adulta tuvo un amigo que componía monólogos a las ballenas. También poemas a las parras y a los rincones de su cama. A veces se ponía trágico. Leerlo era un dolor tan hondo que el dedo al pasar por los lagrimales desataba verdaderos riachuelos de agua salada. Otras veces componía textos–pinturas y algún remiendo encadenado, y era una delicia ver su mundo a través de sus escritos, reírse con su sentido del humor o sentir su ternura.

Eran sus conversaciones tan singulares e hilarantes que les propusieron dar conferencias por todo el mundo.

- No se molesten en aplaudir sólo estamos charlando- decía él en un aparte dirigiéndose al público. 

Se sentaban en una mesa camilla con faldillas de terciopelo rojo sangre, a tono con el telón del escenario. Él de medio lado, de perfil. Ella  de espaldas,  a la sombra del foco. 

Allí podía meterse el dedo hasta más allá del frontal, rascarse las ideas o las palabras perdidas en mil idiomas. Traducir con acierto los giros inesperados de su interlocutor y quitarse el prurito de algún moco pertinaz que poblase su pituitaria.

Lo pasaban bien. Recorrieron todo el mundo francófono, angloparlante, hispano y, con el tiempo, el chino, Japón y todos los de lenguas eslavas.

Nunca persiguieron la gloria. Fue más bien la consecuencia inevitable de una nariz con acceso directo a la fuente del pensamiento unida a la genialidad de un genio. Mes tras mes, año tras año, fueron recorriendo escenarios de todos los pelajes. Se fueron consumiendo poco a poco. Cada vez más pequeños de tamaño, más agudos también.  Murieron muertos de risa porque en aquel momento no les pilló llorando. Puedo certificar tal cosa por encontrarme presente en el momento del deceso. Apenas quedaron una nariz y una prótesis. La primera de ella. La segunda de él: una pata de palo, pirata por más señas.

Nunca vi mucosa más brillante o locuacidad más locuaz, tristeza más honda  o goce más elevado que el de esos dos en escena o por separado. Riánse ustedes de los paseos a la nevera.


Comentarios

  1. Me ha costado leerte porque a veces las imágenes de tu blog se me superponen, pero ha merecido la pena.

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    1. Debe ser algo de la configuración, pero no doy con la tecla. Gracias por pasarte. Un abrazo Ses

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  2. Muy buenas noches , gracias por tu visita y comentario ...y bueno esto va de anciles y cosillas que salen con mucha frecuencia de más allá de los cornetes jajaj.Muy buena entrada . Un abrazo y repito muchas gracias .

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  3. Papirotazo, papirotazo, papirotazo... ¿Pero cómo me he podido perder esa palabras tantos años? Papirotazo, papirotazo, papirotazo... Espero que no se me olvide.

    Delicioso texto. Divertido y circense. Menos mal que no seguiste con la exploración de la nariz, que me estaba dando una grima... Ese abarcar del mundo por comunidades idiomáticas ha sido increíble. Y el médico forense, el mejor narrador que he escuchado nunca, de entre los médicos forenses.

    Un abrazo, Loles.

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    1. jajajajajaja a mí me ha hecho reír tu comentario. Lo más notorio que puedo decir del único forense que he conocido en persona es que vivía en la curva "Maculé". Creo que era su apellido. Cosas del pueblo de mi padre.
      Un abrazo Miguel

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