Decibelios internos
Se sentó en el sillón destinado a rehabilitar comunicaciones. Lentamente los cables fueron tomando posesión de su sistema nervioso.
Era de las centrales más complejas y avanzadas de la zona. Imprimía las imágenes que no era capaz de verbalizar, emitía los sonidos que sus cuerdas no alcanzaban a pronunciar... Sus manos, esas manos que tanto amé y ahora permanecían mudas, cobraban vida en el teclado de tan sofisticada máquina.
Hablaban en todos los idiomas, con desconocidos, con curiosos, con amigos cercanos. Hablaba para todos con palabras únicas que, sin embargo, a cada uno decían una cosa diferente. Llegaba a todos lo rincones, remotos y adyacentes, con aquel artilugio.
Pulsaba "enter" y sus mensajes viajaban a la velocidad de un impulso eléctrico, a la velocidad de la luz.
Al finalizar la última sesión había mejorado gran parte de sus habilidades pero algo había cambiado.
Igual que un barómetro que vira hacia la izquierda anuncia tiempo revuelto, un sonido que recorre sus nervios como chaira de carnicero sobre hoja de cuchillo, anuncia un dolor insoportable. Más agudo cuantos más decibelios internos con efecto Doppler, ese que suena como una onda que se estira al alejarse: Chiuuuuun.
Cuando sueña, se ve formando parte de la máquina que restauró su capacidad de comunicarse. ¿Era ese el precio que tenía que pagar? Buscaría quien supiera añadir un buen lubricante a su interno tendido eléctrico. Allí lo encuentra. Es un hombre grande que se vuelve diminuto. Va completamente cubierto, la protección lo primero, y cargado con un depósito y su irrigador. Abre la piel separando cada capa. En su sueño se abren con una especie de cremalleras indoloras. Siente el frescor del líquido que le rocía y entra en un nivel más profundo en el que sólo siente bienestar. Está agotado, es cierto. Pero ya no siente dolor y la calma le inunda.
Capa a capa se va cerrando su cuerpo. Cobra calor y consistencia. Hasta cierto hormigueo que le devuelve al mundo consciente.
El sol está muy alto. La boca pastosa le recuerda que tomó gran cantidad de relajantes y analgésicos. Ha cesado el ruido casi por completo. No se atreve a moverse muy deprisa por si lo despierta.
-¡Jodida chaira!- Se incorpora lentamente. Le hace muecas al espejo que se las devuelve con sorna.
¡Te he pillado!- le dice sacándole la lengua con media sonrisa. Se va animando. No tomará café. No quiere estimulantes que aceleren la marcha de los bits. Se prepara una tostada con aceite. Busca la cremallera que vio en sus brazos.
- Te he visto. Te buscaré en cuanto anochezca.- Le dice al recuerdo del personaje enfundado- Te dejaré mi tarjeta para que encuentres mi número.
Lo he visto charlando por teléfono. Espero que al otro lado se encuentre un personaje con EPI y una bombona de lubricante.
Hola mi amigo, hacia tiempo
ResponderEliminarque no te visitaba, vengo para
desearte que tengas unas bellas
Navidades, aunque yo se que es
triste lo que vivimos, pero confiemos
en que este nuevo 2021, sea mucho mejor,
Besitos dulces
Siby
Que tengas una Feliz Navidad y todos tus sueños se cumplan en el 2021.
ResponderEliminarMuchos besos.
Me ha gustado tu entrada me gusta como escribes
ResponderEliminarte dejo un saludo y lo mejor para vos siempre
Feliz Año Mucha! Que disfrutes cada segundo! Un abrazo fuerte
EliminarMe perdí un poco en esta historia, muy ciberpunk. Me imaginaba a Stephen Hawking, qué me importa a mí, o mejor a mí mismo tecleando un twit irónico en el ordenador que miles de personas leían, y que cada cual entendía de distinta manera. Y cada vez que me acuesto lo cierto es que un eco prosigue en mi cerebro, de estar todo el día enganchado al móvil y al ordenador, que es un poco como ese efecto dópler del que hablas, esa chaira que no me deja dormir. En fin... Me perdí un poco, sí, pero a algún lado llegué.
ResponderEliminarUn abrazo, Loles, y feliz año. A ver si viene cargado de cuentos.
Ojalá, y a ser posible bien hilados, que a veces se desbocan y se pierden por donde les da la gana jjjj.
EliminarYo también deseo leer muchos relatos de personajes atípicos. Un abrazo Miguel