Escamas de dragón.

Crecí junto a un pino que empezó siendo pequeño.  
Yo también era pequeña. Pero siempre fui de un tamaño mucho menor que él.
En cuanto supimos trepar se convirtió en bloque de pisos. Sólo los más audaces subían hasta su copa, la quinta planta. En la primera y la segunda nos acomodábamos las hermanas pequeñas, juguetes y disfraces incluidos. A mi hermano mayor no le solían permitir pasar de la tercera porque tenía que dar ejemplo, pero... Cuando llegaban los primos y las tías se ponían a charlar...

Su corteza era cálida y su aspecto una pura invitación. Mi padre lo fue podando y aunque no puedo recordar  en qué momento dejamos de abrazarnos a él, de trepar por su tronco, nunca dejó de estar en nuestros juegos. Fue marca para las cuatro esquinas, punto de encuentro donde salvar a un compañero en Justicias y Ladrones, sostén de columpio, y mucho, mucho más tarde, punto de amarre de la hamaca donde  inventaba historias para mis hijos y sobrinos, y en las que él era parte de ellas:
La de la urraca que anidó en sus ramas y se llevó un anillo de la abuela, la del lorito con el que viajaron a la selva...
También fue nido de un gran búho al que oíamos ulular y de varias lechuzas que chistaban las noches de verano.

Tenía la edad de mi hermano mayor y nunca me dí cuenta de lo mucho que le quería, por raro que pueda sonar lo de amar a un árbol.
Cuando cumplieron sesenta su tronco medía casi un metro de diámetro y el primer piso de sus ramas estaba tan alto que si hubiera estado más cerca de la casa le habría dado sombra sin rozar ni una de las tejas. Su piel, esa corteza oscura que a veces se llenaba de resina, empezó siendo del color del chocolate con leche y se fue tornando  de un pardo grisáceo que nada tenía que ver con sus adentros.
Tenía la costumbre de regalarnos piñones sabrosos y gruesos que recogíamos como si fuera una aventura. Nos llenaba las manos de humo negro, ese polvo finísimo que los envuelve, y casi podías ver su sonrisa cuando los más pequeños se tiznaban con él la cara sudorosa.

Mi padre, que también lo quería, estuvo siempre en guerra con sus enemigos. Todas las primaveras un ejército de peludas y metódicas procesionarias recorrían el jardín en fila dejando un senderillo blanco a su paso.
Miraba hacia arriba y sacaba la escopeta.
- ¿Por qué disparas al pino?
- Porque esos nidos de oruga le hacen más daño que los perdigones. -
Y como para demostrarnos que era cierto, desmontaba un cartucho y nos enseñaba  las minúsculas bolitas de plomo.
- Cuando dispare, las oirás caer. Por eso sé que no le dolerá mucho.
Así que nos poníamos detrás de él con los oídos tapados y en cuanto pasaba la detonación  abríamos bien las orejas atentos a ese ruido como de lluvia intensa que hacía la munición al caer.

La casa se fue quedando vacía con el paso de los años. Y aunque volvía a llenarse de voces infantiles en  vacaciones, llegó a quedarse solitaria en invierno.

Hace unos años el árbol de la falsa pimienta que tenía cerca se rajó una tarde de tormenta. Un tronco hueco quedó al descubierto y aquel árbol de apariencia tan robusta pasó a ser nada antes de que se acabara el frío.

Un par de años después, tras un pequeño ciclón que azotó la zona, una de las ramas bajas del pino amenazó con caerse. Llegó la grúa y el podador se izó en la canastilla armado de una motosierra que le hizo estremecerse.
Desde aquel día empezó a tener otros síntomas. Su corteza se engrosó notablemente y fue adquiriendo un tono más sombrío. Se resecaba su exterior y cualquier roce hacía que se descamara su superficie.
Los últimos meses de mi padre, si iba a la casa, hacía una lista de todos los árboles que había que podar o quitar:
-El níspero: fuera. Está enfermo y lo único que hace es ensuciar. La sabina: Fuera. Está demasiado inclinada. El gingko: sólo da hoja por donde le da el sol, se lo comió de pequeño el árbol de la pimienta...
-Pero papá... ¡Con lo que ha mejorado!
Nos miraba con gesto de "no tenéis ni idea" y seguía con la lista.
No nos dio tiempo de cumplir sus deseos hasta hace un par de meses.

El pasado otoño se oyó el quejido de una de las bifurcaciones principales de su tronco. Uno de los días más crudos de enero las ramas de los plataneros presintieron su fin y se agitaron con toda su fuerza para avisarnos. No había nadie y cayó derrotado.

Hubo de venir la grúa nuevamente. Trocear su esbelto tronco para poder trasladarlo. Una noche de insomnio con la mirada perdida en las escamas de su corteza lo ví separarse de ella. Su inmenso corazón, aún lleno de savia exhaló un suspiro y poco después me pareció ver la figura de dragón ascendiendo en la oscuridad.

Me acosté pensando que estaba dando cabezadas. Pero en mis sueños apareció Enciendefuegos, ese pequeño dragón alado que conocí mucho antes de nacer.

- Has perdido tu cola de rata, pero aún te reconozco.
Se me llenaron los ojos de lágrimas.
-¡Cuánto te he echado de menos! ¡No lo sabía!
- Te dejé pistas....El humo, las escamas...
- ¿Y tu farol?
- Cuando vuelvas podremos buscarlo juntos. Te espero. Sabes dónde encontrarme.

Este agosto, cuando lleguen las Perseidas, dormiré al raso. La inmensa copa del pino que nos tapaba la cúpula celeste mientras cazábamos fugaces ya no está. Me será muy fácil seguirte el rastro.





(Por si te gustó y quieres saber del dragón 
https://sanjuandevillanaranja.blogspot.com/2018/08/enciendefuegos.html )








Comentarios

  1. "Detrás de él", creo que se dice, y revisa un par de aun (aún) que tienes por el final.

    Aparte de estas sugerencias (perdona mi insolencia), he de decirte que creo que es lo mejor que te he leído. No sé... Tu escrito lleno de nostalgia me ha dejado tan buen regusto en el paladar... Narras con tanta delicadeza... Esas imágenes de la vida de tu familia en torno al pino; es como si os viera. Y la autoridad "caprichosa" de tu padre; me ha recordado al mío, que también tala los árboles de su huerto según su capricho. Una vez quitó una preciosa higuera con aspecto de bosai gigante azotado por el viento, no sé qué vaina argumentó. Una historia llena de vida, muerte, tiempo, infancia, adultez, resignación... A veces, pienso, te agrandas escribiendo como ese pino, Loles. Aunque cuidado, que cuando nos regalan los oídos bajamos la guardia, jeje.

    Éste es de los escritos que uno agradece como una caricia. Un abrazo, Loles.

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  2. Por cierto, Loles: siempre doy por sentado que estas historias tuyas son autobiográficas. Pues, a veces, no quiero creer que sean inventadas. Abrazos de nuevo...

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    1. Gracias por la revisión. !Es estupendo contar con tantos editores! Hay mucho de lo vivido mezclado con lo imaginado, por eso te suena autobiográfico.
      Un abrazo Miguel

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  3. Hermann Hesse en "El Caminante" detalla y valora la relevancia de los árboles. En sí mismos y en relación a las personas.

    Abrazos Loles. Un texto entrañable.

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  4. HOLA, ME GUSTÓ TU BLOG, TE SIGO Y TE CUENTO QUE ESTOY INAUGURANDO UN BLOG DE FRASES BELLAS, TE ESPERO, SALUDOS.

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    1. Me paso a verte. Gracias por tu comentario
      Un abrazo Loli

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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