El Marqués de Piñonate

El señor marqués tenía una gran escopeta de dos cañones que  sacaba todos los noviembres, al llegar  la temporada de los zorzales. 
Lo hacía porque llegaban los italianos que contrataban el coto y a él le gustaba agasajarlos con las bondades gastronómicas del pueblo.

Del señor marqués no volvió a saber gran cosa. 
Los años de la República prefirió convertirse en su nombre y apellidos. Y como le gustaba estudiar, llegó a ser administrativo de primera

Encontró trabajo en una oficina de la capital, pero todos los años, al llegar noviembre, sacaba su escopeta. Limpiaba cuidadosamente los cañones, los aceitaba, miraba a su través,  la encaraba y la volvía a guardar. 
Estuvo a punto de venderla, pero se resistía. Era su punto de conexión con otra época. Y era parte de él mismo. ¡Ni que fuera la mismísima señorita Marie Kondo!
Un amigo le había contado lo del desconeje, la veda abierta para todo el que quisiera matarlos, por considerarse plaga. Lo acompañó de secretario, pero en cuanto vio a la velocidad a la que aparecían y desaparecían los conejos o las liebres, se dijo que nada como los zorzales
Tiró la casa por la ventana, compró una caja de cartuchos y, como no sabía si sabía disparar, se fue a la sierra. Pensó que , chispa más o menos, las piñas tenían el tamaño de los pájaros, que empezaría por afinar la puntería con ellas.

Ninguna cayó muerta.
-Necesito más práctica- se dijo. Pero como gastar en cartuchos le parecía un lujo asiático, en cuanto acabó la caja limpió la escopeta y la guardó para la siguiente temporada.

Año tras año subía a la sierra. Su entusiasmo creció al comprobar que iban cayendo piñas. El segundo año cayeron destrozadas. El tercero conservaron algunos piñones. El cuarto no pudo cazar nada por sufrir una gripe muy severa. El quinto  comprobó que tirando de soslayo, los piñones seguían comestibles. Así que la sexta temporada se permitió comprar dos cajas completas de cartuchos. 

Consiguió separar las piñas de la rama sin dañarlas y ya de jubilado, que cayeran piñones sin la cáscara. 
Sus últimos años vendió turrón de piñonate en Navidades fruto de sus peculiares cacerías. 

Comentarios

  1. Muy bueno, Loles. Tu relato sirve como ejemplo de cómo es el camino a la maestría; perseverar y sostener el aprendizaje, no decaer en los tiempos de "planicie" y mantener el propósito.

    Besos

    ResponderEliminar
  2. jajajaja dame la escopeta a mí y verás la que monto en un momentico 🤣 Besos.

    ResponderEliminar
  3. El relato interesante y creativo. La enseñanza, la habilidad que da la práctica...

    En cuanto a la escopeta en sí, ¡¡ni se te ocurra dejársela, aunque sea un momento, a Laura!! jajjajajjajaja...

    Abrazos a las dos. Tú Laura acércate pero con las manos visibles...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares