El ritmo del tiempo

Nunca durmió demasiado. La tata decía que incluso antes de saber andar manifestó un vívido interés por los relojes. Le cogía el despertador  antes de que sonara estirando su manita entre los barrotes y aproximaba la cara al hipnótico  tictac.
De cuerda, sin segundero y un par de campanas unidas por un asa, parecía inmóvil si el martillo no se accionaba. Sin embargo, era evidente que algo se movía... Hasta de succionar el chupe se olvidaba, y era frecuente que un hilillo de baba llenara la esfera cuando las sacudidas contra el colchón despertaban a la tata.
- ¿Ya estás despierta gorrión?-  La metía en su cama y era el otro tictac de su corazón el que la dejaba dormida hasta la hora de preparar los desayunos.

Tuvo una cama, como los grandes, pero nunca fue sólo eso. Fue barco acosado por cocodrilos, bajel pirata, tienda de campaña donde refugiarse las noches de tormenta, escondite, cama elástica... ¿Qué interés puede tener una cama cuando uno está despierto si no es ese?

Su cuerpo debió saberlo mucho antes que ella. En cuanto oía un tictac se ponía en marcha solo. A veces, casi dormida, veía cómo los pies la sacaban de debajo de las sábanas, la llevaban a la puerta de la calle, y, a medio vestir, la sacaban a su primer paseo para ver llegar al día.

-¿Quién enseña a los pies a moverse tata?
- Los tuyos aprendieron solos.

Cualquier ritmo le  hacía agitar el esqueleto. Sólo la aquietaban el rumor de las hojas con el viento, el borboteo de las llamas o la suave danza de motas de polvo en un rayo de luz.

Pero por más que algunas cosas la detuvieran, su cuerpo la lanzaba a explorar los confines de su pequeño mundo.
Se hacia liviano caminando sobre los charcos helados en invierno. Se volvía escurridizo al meterse en la piscina en verano, se hacía garra trepando los ciruelos.

Mandaban los ojos:
- ¡Allí!
Y allí se trasladaba como por ensalmo.
Veía un cambio en la luz, y todo su ser se lanzaba tras él como planta con fototropismo.

Uno de aquellos días su cuerpo salió del coche donde esperaban a que pasara una de las carreras dominicales. Sin poder evitarlo se fue tras uno de los dorsales con el que entabló una curiosa conversación:
- Te has soltado de una esquina- le dijo
- Gracias a Dios- oyó que le decía- Este cuerpo apesta a sudor.  Si pudieras dar un tironcito suave... Así como si te hubieras enganchado sin querer
Pensó que debía estar soñando, pero una descarga de adrenalina le hizo avanzar con velocidad, chocar con aquel cuerpo y arrancar accidentalmente el número 176.
-¡Libreeee!- le pareció oír mientras se alejaba.

Otra vez fue una vaca la que produjo la descarga. La miró a los ojos y sus ojos dulces se  volvieron amenazantes. Trepó por una farola hasta la tapia de su casa y desde allí le hizo burlas con el corazón acelerado del susto.


Más difícil fue lo de tener pareja. Casi todas se le cansaban con tanto trajín. Hasta las más fogosas, porque aquello era un sinvivir. Con lo bien que se está en la cama remoloneando con alguien al que abrazarte... Con lo romántico que es amanecer contemplando al amado...
Pues no había manera. Se acostaba la última, se levantaba la primera... ¿Quién puede seguir el ritmo del tiempo?

Pero lo hubo. Se fue tras las huellas de un circo y sin saber cómo, se encontró columpiándose en el trapecio.

Y cuando el guión le exigía quietud, escogía libros que la sacaran de paseo.

Ya muy mayor, salió a pasear por un prado. Allí, debajo de los álamos, el pasto se mecía con el viento y un rumor de hojas la llamó con su canto.
Se quedó muy quieta sintiendo el olor de la tierra viendo las copas bailar como si fueran olas. Entró en aquel mar de verdes y blancos y se dejó mecer en ellos flotando en su superficie. El tiempo fue eterno esos instantes. Echó raíces. Se cubrió de verde. Navegó el espacio.






Comentarios

  1. Un excelente relato Loles, entre la realidad y la imaginación. (¡Cómo si hubiese diferencia entre ellas!)

    Los charcos helados o la suave danza de motas de polvo en un rayo de luz, como los que veía de niño en un viejo granero en los atardeceres de Santa Marta del Tormes, 1952, vuelven hoy a ser realidad...

    Gran abrazo.

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  2. Qué poético, Loles...

    Aquietar... Me has enseñado un precioso verbo; lo desconocía. Un abrazo...

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