Perdido

Después de ver el Moisés de Miguel Ángel siguieron dando un paseo hacia la Piazza del Popolo.  Una foto con Trajano, una conversación con un vendedor ambulante, el monumento a los mártires... Menudito se quedó embobado con el beso de dos estatuas. No entendía  por qué, estando él hecho de un material más moderno, su expresividad era tan rígida, tan limitada. Elena lo llevaba en su mochila, infinidad de veces lo había cogido con las manos pringosas del pan con aceite de la merienda, le habia dado besos, pero eso.... eso era otro nivel.

Por la noche fueron a la Fontana di Trevi. En la bulla allí congregada hubo una declaración de amor con su abrazo, su beso y su aplauso correspondiente. Estiró el cuello todo lo que pudo para verlo mejor y se cayó en medio del tumulto.

Seguía pensando en aquel beso y en el de las estatuas. Algo de su corazón de plástico se despertó y lo agitó de tal manera que se olvidó de Elena. No buscó sus pies sino que se enroscó en un rinconcito de la escalinata y se quedó dormido.

- Uh, tu!- le dijo una gaviota al amanecer.
- Quién, ¿yo?
- Una passeggiata sul Tevere?
- Pues sí, supongo que me vendrá bien para espabilarme.

Antes de que pudiera cambiar de opinión ya estaban volando.
- Dove vivi?
- No soy de aquí, me he perdido. Estaba haciendo turismo con mi amiga Elena...
- Tutti vanno alla cupola di San Pedro. Ti lascerò lì. Se non lo vedi, lo cercheremo da qualche altra parte.
Así que después de un paseo Tíber arriba,  Tíber abajo, lo llevó a la basílica de San Pedro.
- Te dejo aquí unas horas. No te muevas si no es para irte con tu amiga.

Después de una mañana en la reja de la parte más alta de la cúpula empezó a perder la esperanza.
Cuando su  amiga gaviota  estuvo de vuelta le dijo que Roma era mágica, que todo podía pasar allí, y que igual que todos los caminos conducen a Roma, de Roma salía el camino que le devolvería a casa.
-¿Sólo llevas una mañana perdido y ya estás así? Aprovecha para ver con atención todo lo que voy a enseñarte, que luego puedas contárselo a Elena.
- Llevas razón. ¡Vamos allá!
Mientras más cosas veía una nueva sensación le invadía: que casi todo lo que estaba hecho, desde las ciudades hasta las costumbres más básicas, estaba ideado para el encuentro, para poder gozar del que se tiene al lado. Y que saber gozar del encuentro era tan gratuito y tan valioso que perderse eso era perderse algo grande de la vida.
- Yo siempre he disfrutado de Elena y de sus amigos del cole.- Se consolaba

Pasaron volando por el Coliseo. Descansaron un poco en el monte Capitolino

- ¡Qué bella es Roma!- pero le salía con un pequeño deje de preocupación.


Cada lugar que sobrevolaban paraban a observar los miles de turistas que llenaban la ciudad.

- Pues por aquí no se ve tampoco, dijo después de estar escudriñando a todo el que entraba en el Coliseo.


Mientras, Elena,  lo buscaba detrás de cada estatua, de cada relieve, en cada fuente que visitaba.
- Espero que te encuentre algún niño cariñoso- pensó en alto al pasar por una tienda de juguetes.
-¿A mí? No, ragazza, yo sólo soy un reclamo- dijo un pirata  casi de su tamaño



-¿Tú...usted habla español?
- Es que mi dueño es medio español. ¿De quién hablas entonces?-  Elena le explicó lo ocurrido. El capitán pirata se quedó pensando. Luego dijo:
-Todavía hay tiempo. Tengo contactos. Tal vez podamos  encontrarlo.
Llamó a su superagente Gina, le dio instrucciones y pidió a Elena que  la dejara cerca de la plaza de Venecia y que le detallara sus planes mientras estuviera en la ciudad.

Gina se puso al habla con el Almirante Niccolo, y unos minutos después toda la tropa del Foro de Trajano, se disponía a volar Roma cundiendo la noticia y con órdenes claras del punto de encuentro.
Esa noche, Menudito conoció a Gina, cenó con ella en una placita del Trastévere y notó cómo su corazón se acelerababa con sólo oir su acento italiano.

A la mañana siguiente, bajo la atenta mirada de uno de los leones alados de la Plaza de Venecia y un cielo que amenazaba lluvia, Elena recogió a Menudito. Hubo risas y lágrimas y hasta algún picotazo amistoso de Luigi, la primera amiga alada.

 Antes de emprender el viaje de vuelta entraron en el museo Capitolino. 
- ¡Adiós Rómulo! ¡Adios Remo! ¡Hasta la vista!

Esa misma tarde cogieron el avión de vuelta a casa. Ahora Menudito está muy presente en la vida de Elena...¡y de Gina!

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