Mica desde ella. Ella desde Mica

-¿Dónde estás Mica?
Mica se había ido detrás del olor de un gato callejero y se había perdido en la maleza.
La orilla del río se había llenado de cañas y la hierba estaba tan alta que no la veía por ningún sitio.
Silbó en varias direcciones pero Mica no aparecía.

-¡Adiós Mica!- dijo en un tono que sonaba a juego.
- Son como los niños pequeños- pensó- a ver si responde.
Nada. Retrocedió unos metros y volvió a llamar. Nada. Siguió adelante con preocupación creciente sin parar de llamarla a silbidos. Cuando estaba a punto de separarse del río para volver a casa la vio casi debajo del puente, restregándose  contra algo que había en el suelo.
-¡Micaa!- Llamó con tono imperioso.- ¡Aquí!  -Cuando la vio mirarle de reojo siguió andando con decisión.
La vio acercarse con el paso largo de su carrera de galgo mestizo. Se acercó con el rabo en alto y lo agitó al acercarse.
-¡Qué cochina eres! Hueles a demonios. Vas al agua de cabeza.
Mica estaba contenta, ni quiera un baño podía atemorizarla en ese momento y cuando vio la mano extendida y el cuerpo volcado hacia ella se acercó sin dudarlo.
-Ven aquí, vamos, que te gusta mucho la juerga y yo voy tarde.
Hacía varias veces el camino. La correa extensible le daba para adelantarse o retroceder varios metros.
Al llegar a casa soñó con los gatos



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-Mírame, mírame, tengo pis, vamos, sácame a la calle.- Se le acercó gimiendo.- Vamos, que no puedo aguantar ya y he visto gatos en la calle.
Ella cogió su mochila, un poco de agua, el teléfono...
-¿Pero por qué necesitan tantas cosas? - pensó. Se acercó un poco más. La siguió hasta la puerta del baño.-La habitación mágica, donde orinan sin dejar rastro. Mejor no entro.
-¡A la calle!- Parecía decir ella cuando cogió el collar y la correa.
-Siiiii, vamos, vamos, vamos.

Al llegar a la calle la miró un momento.
-¿A la derecha?. ¡Bien, al parque!
Pero ella siguió hacia delante.
-¿Al río? Si, porfa, al río, patos, huevos, gatos, muchos gatos. Por cierto, aquí tiene que haber cientos, dónde, dónde. Suéltame ya, vamos.

Pero ella es tozuda y mandona. No la deja hasta que no están muy cerca de la orilla.
-Venga, a correr- le dice. Y Mica se pierde entre las cañas, saltando como si fuera una cabra. La ve desde lejos, mirándola con placer desde el paseo. Hay algo en el aire que hace que se le olvide que la está esperando.
-Dónde estás, te encontraré, estoy muy cerca, te tengo, te tengo. Ummmm. No te conocía, más, más, ese de allí me gusta más- y mete su hocico en una madriguera.
Corre tras un pato que se ha agazapado en la hierba y al notar su presencia alza el vuelo. Se asoma a la orilla olfateando el aire.

-¡Agua! ¡Alto, alto! ¡Qué frío! Solo las patas y para beber. Me está llamando. Un momento, un momento. Me pica la piel. Necesito restregarme, malditos bichos.
-Me quiere, sigue llamando, ese silbido me encanta, me vuelve loca de alegría. Un restregón más. Enseguida voy.
-¡Ay Dios!, Se está enfandando. ¡Se va sin mí! ¡Pero que se va de verdad!. Voy, voy, ¡espera!
Cuando la ve pararse, volverse hacia ella y extender su mano para acariciarla sabe que la quiere.
Su rabo danza de alegría.
-Ya estoy aquí, los patos, la hierba...¿Por qué me pones esa cara? No entiendes nada de olores, te pareces a los bichos que acabo de espantarme del lomo.

-¿Ya a casa? Sí, agua limpia, colchón blandito, siesta.





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