Un mordisco de campeonato

Cuando empezó a morder en el colegio su maestra aconsejó que lo apuntaran al gimnasio.
-Allí aprenderá las normas, jugará limpio, fogará y vendrá al colegio más relajado.
Ese era el plan. Era un deporte nuevo, se hacía con protección, como la esgrima, y básicamente consistía en morder al contrario más rápido que él a tí.

Sus padres, casi igual de ingenuos, tenían la esperanza de que le mordieran a él enseguida y escarmentara con su propia medicina.

Le compraron un traje de neopreno para principiantes, del grosor adecuado para mandíbulas poco desarrolladas. En su grupo sólo había infantes, ninguno de ellos veterano. Él no tuvo problema. Peor lo llevaron sus compañeros, porque Vladimir tenía unos colmillos tan afilados que penetró con ellos varias mangas.

El monitor del gimnasio propuso pasarlo a una categoría superior y así fue como Vlad empezó a competir.

Los mayores bajaban la guardia cuando entraba en el tatami al verlo tan pequeño. Pero apenas se descuidaban les había marcado el arco dental en el tobillo. Punto para Vlad y activación del encuentro.
- ¡Maldito renacuajo!- se oyó decir a uno de ellos

Con los años, Vladimir se especializó en cuellos y le fue cogiendo tal gustillo que, nada más ver uno elegante o sustancioso, se tiraba en plancha al dueño.  Ni rabia tenía que sentir para que le apeteciera un mordisquito.
Era la elegancia de los verdaderos campeones, que lo hacen todo como sin esfuerzo.

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