El hombre jaula

Cuando por fin acabó la calma chicha, enfiló la proa hacia las Islas. El capitán no daba crédito a lo que estaba pasando. Había tenido que corregir el rumbo en muchas ocasiones. Hubiera jurado que había leído bien las cartas de navegación. Era al salir las estrellas cuando no le cuadraban las cosas. ¿Se estaría haciendo viejo? ¿Habría olvidado el uso del sextante?

- ¿Pero qué demonios? ¡Ya nos hemos vuelto a desviar!-Enmendó el error, puso el timonel más fiable que tenía  de vigía y durmió un rato. Al despertarse comprobó que todo estaba en orden y no le dió más importancia al incidente.

Una tarde llegó el mago para enseñarle algo especial. Lo quería utilizar en su próximo número.
Cuando  abrió el baúl y sacó la primera bola, el capitán vió un hombre jaula hambriento y malhumorado. Su presa se esforzaba por salir de su encierro.
Él se veía con demasiados huecos, de una consistencia etérea, casi vacía, como si su prisión no tuviera ni muros, de la que podía resultar fácil escaparse. No hacía más que estrechar las rejas y redoblar la vigilancia.
-¿Cómo has hecho lo del hombre jaula?- preguntó sorprendido
-¿Qué hombre jaula? Yo solo he visto a una ladronzuela- contestó el cocinero. - una robaperas que no paraba de seducirme. Me hacía creer  que el mérito de lo que hago  en los fogones era  suyo, que le debía no sólo la comida que le daba , también veneración.
-Jajaja, ¡ten cuidado no vaya a ser que aparezca por aquí!- contestó el mago.
Al llegar la noche y comprobar que se había desviado otra vez, lo achacó a aquella visión,  al ensimismamiento que le produjo.
- He debido distraerme, confundir las referencias sin darme cuenta.
Volvió a corregir el rumbo después de varias comprobaciones y se prohibió dormir aquella noche. La mar andaba más bien revuelta y quería cerciorarse de que no había nada bajo el casco que pudiera desviarlo. Se puso su jersey azul y un impermeable completo y se dispuso a pasar la noche de la mejor manera posible.

Las primeras horas estuvo tan ocupado que se le pasaron sin pensar nada más que en dirigirse al noreste. El viento  no era aun muy frío, y resultaba estimulante que le salpicara el agua que golpeaba contra la quilla.
De muchacho, pilotar los días de tormenta era todo un reto: remontar las montañas de agua, orientar el casco para que los golpes del mar no lo dañaran, mantener el rumbo pese a ello... Era como explorar un terreno desconocido.Lo que más le imponía era que se hiciera de noche. Entonces prefería que alguien más experto que él se hiciera cargo, o por lo menos que anduviera por allí cerca. Ahora incluso se podía dedicar a repasar mentalmente las tareas más urgentes:
Había que repasar la mayor.
Comprobar el nivel de agua dulce.
Recargar la bodega, (y el bolsillo) antes de diez días...
Más tarde el oleaje  empezó a perder fuerza.  ¿Había sido el pequeño Akhila capaz de provocar aquellas imágenes? Realmente era un gran mago...Se fue olvidadando del barco. Las imágenes de aquella ensoñación habían sido tan claras que parecían un sueño.

El hombre jaula estaba muy triste. Por más que se miraba no encontraba nada en sí mismo que le alegrara hondamente. Al acercarse a otros se veía  como una silueta vacía. Oía las risas de las muchachas cuando se contaban sus cosas. Veía el orgullo de sus compañeros hablando de sus conquistas. Veía el gozo de los amantes escondidos en el parque. Veía la serenidad de los ancianos al sol.Veía la grandeza de los que regalaban su tiempo... y anhelaba todo eso. Se comparaba con ellos y se decía que él lo haría mejor, hablarían de él en la ciudad, lo felicitarían
El hombre jaula vagó por la ciudad buscando con qué llenarse. Encontró algunas personas que se sentían satisfechas, parecían importantes, causaban admiración. Para descubrir su secreto se acercó a ellas. Él era hábil. Podía hacer muchas cosas mejor que la mayoría y, efectivamente, donde ofrecía su tiempo y su dedicación todos admiraban su trabajo. Después de un tiempo descubrió que no era eso lo que había andado buscando, aquello le sabía a poco.
Se seguía sintiendo vacío. Peor que vacío. Se sentía robado. Su tiempo regalado, malgastado, porque no le había dado la grandeza que él esperaba recibir, porque no le había dado consistencia, no le había aportado nada con lo que se pudiera sentir más pleno.
Conoció a una muchacha. Hablaba diferente, sentía diferente y creyó que por fín lo había encontrado.
Sintió el placer de los amantes robándole besos. Le emborrachaba su piel y prefería robársela a sentirse sobrio. Pero las cosas del amor son complicadas. Lo que a unos atrae a otros aleja. A ella le gustaba darse libremente, no era su piel lo que la había atado a él, sino sentirse suya, parte de él, de su vida más que de su cama. Le gustaba abrirse a otros para poder contarle sus descubrimientos. le entusiasmaba lo que otros narraban, aprender de lo que algunos hacían, era espectadora nata sabía valorar lo que estaba bien hecho. Y en él había visto parte de aquello.
-Son demasiados. Hay demasiada gente interesante para ella- creyó él.- Se acabará yendo. No quiero que se vaya.
La culpó de querer abandonarlo, de ser como era, volcada hacia afuera o hacia un mundo al que él no llegaba. Se irritó como el niño que se enfada y grita ¡tonto! cuando alguien le asusta. Ella, viendo su miedo, su dolor,  quiso que se sintiera seguro, fue más despacio.
El hombre jaula trabajó mucho, conoció mucha gente, fue querido,  y admirado. Y hubiera comido perdices si su mujer le hubiera alabado. Todo lo hacía para que ella estuviera orgullosa de él. Todo se lo daba para que ella no tuviera que salir, que buscarlo fuera. ¿Por qué no estaba contenta?
Pero ella añoraba contarle sus descubrimientos, poder enseñarle aquel mundo nuevo y empezó a sentir la nada muy cerca del corazón.
-¿Por qué sigues mirando fuera?¿Acaso no soy deseable? ¿Por qué no reconoces lo que otros valoran en mí, por qué sigo siendo insuficiente, por qué desprecias lo que te doy?
Cuanto más enfurecía más parecían engrosar los barrotes de la celda en la que la tenía encerrada. Y a ella más le costaba salir previendo su miedo posterior. Menos se fiaba de poder contar lo que había disfrutado de unos y otros sin ser culpada de deslealtad.
Él no era como ella. No iba buscando a otras personas, no necesitaba a nadie, no quería a nadie más. No quería a nadie  más. No quería nadie más. No quería a nadie... Le repetía una y otra vez

El hombre jaula seguía teniendo hambre.  seguía anhelando la grandeza de los grandes, el gozo de los amantes, la admiración de los que le conocían.
-¡Quiéreme como yo te quiero!- le ordenó
-No puedo, yo no soy tú. No quiero además. Me siento muy enferma, no puedo seguir viviendo así.
-¡No te vayas!- le suplicó- ¡cúrate, haré lo que me pidas!
Ella se quedó acurrucada en un rincón de la jaula y no se movió en dos años. Un día, al despertar sintió ganas de salir, de bailar, de tumbarse al sol, Recuperó las ganas de encontrarse con otros, de aprender, de escuchar lo que otros narraban, de admirar lo que algunos hacían...
Y el hombre jaula se sintió engañado, se sintió despreciado, se sintió herido
- ¡Yo soy tu dueño. Dámelo todo a mí. Mira todo lo que he hecho por tí!.- Enfurecía y dejaba de hablarle. Enfurecía y la acusaba de empobrecerlo.


El hombre jaula tiene miedo. Ve que su presa no está tan presa. ¿Y si algún día decide no volver?¿Y si descubre a alguien mejor?
El hombre jaula está triste, tiene hambre y no recuerda que ella quiso ser suya para contarle su sorpresa y su admiración. Dicen los que lo han visto que está dejando que otros llenen su corazón y que a veces desea abrir la jaula y dejarla marchar. pero aun tiene miedo de que no vuelva, que lo deje a descubierto ante otros, que descubra una vida mejor y él no esté en ella.













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